TRADICIONES
Teresa Carreón
Recién terminan las celebraciones relacionadas con la muerte y resurrección de Jesucristo según el rito católico –predominante en nuestro país- y los connacionales vamos “despertando” de un letargo parecido al adormecimiento ocurrido después de sufrir una fuerte enfermedad.
Lo creyentes han cumplido múltiples tradiciones que abarcan desde la cuaresma hasta las diversas procesiones del silencio que generan atmósferas en las cuales parece no haber pasado un solo día desde los tiempos de la Santa Inquisición. Hasta los sermones se han congelado en el tiempo al ser reiterados los discursos cuya finalidad año con año, es la de producir sentimientos de culpa entre los creyentes.
Una tradición que es particularmente añeja y muy colorida es la de los chinelos, personajes que danzan tradicionales bailables originarios de algunos poblados del estado de Morelos (donde destacan Tepoztlán, Jiutepec, Yautepec y Atlatlahuacan) y repetidos con el paso del tiempo en diversas demarcaciones del país, cuyo ropaje se caracteriza por su colorido y su barroca ornamentación, al ser decorados con representaciones de la mitología y la cultura mexica.
La palabra Chinelo, podría tener dos orígenes: por una parte podría significar el que se cree mucho, el de la piel roja o el que mueve bien los pies y la cadera (ambos en Náhuatl). Cuenta la tradición que durante la colonia, los hacendados españoles y los criollos más acaudalados realizaban magníficas fiestas en las que haciendo alarde de su riqueza utilizaban ropas recargadas de adornos y telas para el Carnaval, festejos a los cuales se les negaba el acceso a los mestizos e indígenas.
Como respuesta a la discriminación, los grupos excluidos se dieron a la tarea de realizar sus propias celebraciones en las que parodiaban sarcásticamente a los ricos. Para no ser reconocidos empleaban máscaras rosadas con mentones prominentes y los trajes se confeccionaban imitando los utilizados por los acaudalados, mismos que eran exagerados con ornamentos de espejos, cuentas y chaquiras y para completar el cuadro chusco, se colocaban sombreros cónicos.
Al igual que los chinelos, algunas tradiciones se mantienen como la del matrimonio, en la que los celebrantes se visten con sus mejores ropas y se preparan durante un tiempo para festejar a la pareja que ha decidido –en estos tiempos violentísimos- unir sus destinos repitiendo ancestrales rituales. Así, Eric y Jimena juntarán a un montón de familia y amigos, llevando a los peregrinos provenientes de Canadá, Estados Unidos, y diversos estados como Quintana Roo, Jalisco, Distrito Federal y el de México hacia Tepoztlán para que, a su modo, sin espejitos en su vestuario, bailen juntos por la felicidad de los contrayentes, cumpliéndose así, una tradición más.
Como si fuera un chinelo danzante, me voy con la música a Tepoztlán cantando la canción que Demis Roussos interpretara delicadamente, denominada “Canción de Boda”: Sé que te amaré siempre / estaré junto a ti / para darte ternura, refugio y valor / para que nada te haga sufrir / me tendrás junto a ti…
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