Los "olvidados" del sismo
LAS HERIDAS DE HAITÍ
Blanche Petrich,, Enviada
Periódico La Jornada
Lunes 26 de abril de 2010, p. 3
Lunes 26 de abril de 2010, p. 3
Puerto Príncipe, Haití, 25 de abril. Michelle Marie Joaquim, de 16 años, finalmente ha dejado de llorar todas las tardes y empieza a remontar la depresión. Desde su albergue de plástico en el patio del Hospital Rennaissense imagina a sus amigas de la secundaria, con la blusa azul cielo y la falda gris del uniforme, felices en una escuela que ya sólo existe en su memoria.
Nunca me voy a olvidar de cada uno de los segundos que viví en el terremoto, asegura con un hilo de voz. Esa tarde estaba estudiando en su cuarto, en un edificio de tres pisos de Carrefour Fueilles.
Cuando sentí que el suelo se hundía bajo mis pies quise correr, pero me quedé paralizada, mirando cómo danzaban las paredes. Primero un pie me quedó atrapado. Luego el otro.
A su lado estaba su hermana mayor, embarazada. Ella murió. Otro hermano, Jules, ahora está a su lado.
La encontramos en un hueco debajo de dos planchas de cemento, enterrada de la cintura para abajo. Pero de la cintura para arriba, viva. Yo le daba agua, la animaba para que no muriera.
Pasaron 25 horas hasta que la rescataron. La llevaron al hospital militar, un pandemónium. Después de un largo peregrinar durante toda la noche, con la niña en un grito de dolor, llegaron al Rennaissense, atendido por médicos cubanos y mexicanos. Las fracturas expuestas de su pierna derecha empezaban a gangrenarse. La única forma de salvarle la vida fue la amputación.
Un cálculo inicial sobre miembros inferiores o superiores amputados durante los primeros días de la emergencia sitúa la cifra entre 2 mil y 4 mil, en una población de cerca de 10 millones. El corte de piernas y brazos en cadena, en un controvertido ejercicio de cirugía de guerra, ocurrió casi en todos los hospitales de campaña que se establecieron.
Estos nuevos discapacitados que se suman masivamente a la estadística corren el riesgo, según advertencia de la ONU, de convertirse en
los olvidadosdel sismo. Bajo el paraguas de Naciones Unidas una veintena de organizaciones no gubernamentales y grupos médicos y religiosos internacionales diseñaron una estrategia elemental para enfrentar este desafío. Otros, como las brigadas médicas cubanas, simplemente ampliaron la cobertura de la labor que ya hacían antes del temblor.
Una vez cerradas las heridas de los muñones, la pregunta es qué hacer a largo plazo con este amplio sector de población con necesidades muy específicas, sobre todo prótesis.
En el caso de Marie Michelle, ella ya no tiene casa. Vive en el patio del hospital, con sus hermanos sobreviventes, como muchos otros lesionados que convalecen de heridas graves. Cada mañana asiste a la carpa de la unidad de rehabilitación atendida por la brigada cubana. Dos veces por semana la visita una sicóloga que asiste a víctimas con síndrome postraumático. Tiene una silla de ruedas y empieza a dar sus primeros pasos con muletas. Incluso ya le tomaron medidas para la primera dotación de prótesis que están por llegar.
Antes del terremoto quería ser aeromoza. Ahora quiere ser médico, como Violeta la cubana o Blanca, la doctora mexicana. Blanca Rodríguez Ramos terminó la carrera en la UNAM. Trabajaba con sus padres –también médicos– en una clínica privada en Atizapán de Zaragoza. Pero el terremoto del 12 enero le cambió la vida. Junto con varios colegas optó por venir a Haití, en el marco de la labor de Cáritas México. Y se quedó aquí. Sólo en dos ocasiones ha regresado a su casa, por algunos días. Ahora atiende la consulta externa del hospital todas las mañanas, asistida por dos monjas también mexicanas, sor Fátima y sor Adriana, de la congregación Jesucristo Resucitado. Son tres jóvenes paisanas.
En el caso de Marie Michelle, ella ya no tiene casa. Vive en el patio del hospital, con sus hermanos sobreviventes, como muchos otros lesionados que convalecen de heridas graves. Cada mañana asiste a la carpa de la unidad de rehabilitación atendida por la brigada cubana. Dos veces por semana la visita una sicóloga que asiste a víctimas con síndrome postraumático. Tiene una silla de ruedas y empieza a dar sus primeros pasos con muletas. Incluso ya le tomaron medidas para la primera dotación de prótesis que están por llegar.
Antes del terremoto quería ser aeromoza. Ahora quiere ser médico, como Violeta la cubana o Blanca, la doctora mexicana. Blanca Rodríguez Ramos terminó la carrera en la UNAM. Trabajaba con sus padres –también médicos– en una clínica privada en Atizapán de Zaragoza. Pero el terremoto del 12 enero le cambió la vida. Junto con varios colegas optó por venir a Haití, en el marco de la labor de Cáritas México. Y se quedó aquí. Sólo en dos ocasiones ha regresado a su casa, por algunos días. Ahora atiende la consulta externa del hospital todas las mañanas, asistida por dos monjas también mexicanas, sor Fátima y sor Adriana, de la congregación Jesucristo Resucitado. Son tres jóvenes paisanas.
He visto cómo los pacientes van saliendo adelante y cada de tanto en tanto les tomo fotos para enviárselas por mail a mis otros colegas que estuvieron aquí y ahora en México siguen estando muy al tanto de su evolución. Es que, ¡guau!, es increíble cómo van mejorando.
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