POLÍTICA SOCIAL FALLIDA

Teresa Carreón

Mucho revuelo ha ocasionado el estudio presentado por el doctor Mauricio Merino, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en su análisis “Los programas de subsidios al campo: Las razones y las sinrazones de una política mal diseñada”.

Y es que resulta que miles de millones de pesos canalizados al programa destinado a hacer competitivo al campo mexicano –PROCAMPO-, ni lo han conseguido, ni han rescatado de la pobreza a los productores y, en cambio, han acrecentado la miseria e ido a parar a las manos de funcionarios, diputados, grandes empresarios y narcotraficantes, algunos de los cuales figuran hasta más de 100 veces en la lista de beneficiarios, de acuerdo con el investigador Merino.

De cara a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Luis Téllez Kuenzler sostenía que Procampo iba a fortalecer la agroindustria en áreas de producción, fomentando con ello mercados regionales y, en consecuencia, el desarrollo. Afirmaba Téllez en octubre de 1993, que el nuevo programa de gobierno no terminaría con la pobreza rural, pero “duplicaría el ingreso anual de los campesinos”. Los números actuales, sin embargo, indican lo contrario. La premisa característica de ese programa estriba precisamente en la desigualdad con la que se han repartido los recursos.

Aunque Procampo nació con un claro mandato de transparencia y combate a la corrupción, desde sus orígenes representó una gran ocasión para el uso político de los subsidios, y muy pocas para la vigilancia pública sobre la integración del padrón y sobre las modalidades de pago de los apoyos. Estas características son una constante en la mayoría de los programas sociales en nuestro país.

La política social en México difícilmente ha considerado como su objetivo central el abatimiento de la pobreza. Sus objetivos han tocado tangencialmente el problema, lo cual es paradójico en un país que experimentó una larga revolución armada, que aunque tuvo orígenes políticos, las razones sociales no dejaron de ser la justificación para la lucha de contingentes importantes. La razón de tal contrasentido, radica en los objetivos y en la instrumentación misma de la política social, aunque ésta haya ocupado un lugar especial en la política pública de las diferentes administraciones y de sus promesas electorales.

Teóricamente, la política social es la herramienta de la cual se vale el Estado para construir una sociedad cohesionada y equitativa en la búsqueda de equidad e integración social que facilite la convergencia entre los intereses individuales y los intereses colectivos de la sociedad.

Concepción Ceja Mena en su trabajo “La Política Social Mexicana de Cara a la Pobreza” (UNAM, México), afirma que “analizando el desarrollo de la política social mexicana durante los últimos 30 años, en el contexto del modelo económico adoptado por las diferentes administraciones, se observa que la estrategia económica ha generado mayor desigualdad entre grupos sociales, regiones geográficas y sectores productivos. Esta situación ha empeorado con el tiempo porque cada administración impone una estrategia no solo diferente, sino equivocada para atacar la pobreza. Por esta razón, (…) se concluye que estas estrategias solo son compatibles con el modelo económico vigente y no con el abatimiento real de la pobreza.”

Así pues, resulta reprobable escuchar a los dirigentes de este empobrecido país calificar de “anomia” al comportamiento social, cuando es el aumento del crimen y la caída de la autoridad por su indiferencia ante la injusticia, lo que la ha generado.

Mejor me voy con la música a otra parte con la canción de Atahualpa Yupanqui “Los ejes de mi carreta”: Porque no engraso los ejes /me llaman “abandonao”; /si a mí me gusta que suenen /pa´ que los quiero engrasaos. /Es demasiado aburrido /seguir y seguir la huella, /andar y andar los caminos /sin nada que me entretenga. /No necesito silencio /yo no tengo en quién pensar. /Tenía pero hace tiempo /“ahura” ya no tengo más. /Los ejes de mi carreta /nunca los voy a engrasar.

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