LA CLASE POLÍTICA, PEOR QUE EL VIRUS


Teresa Carreón

En 2009 se han desatado una serie de acontecimientos que marcarán en definitiva a este país. Pero surge reiteradamente la pregunta y en los días recientes con mayor frecuencia, de si el virus que está poniendo en riesgo la salud de los mexicanos hará tanto daño como el ocasionado por la pérdida de confianza en el sistema político mexicano.

El gobierno federal y los gobiernos locales nos han solicitado que usemos el cubrebocas, que no saludemos de mano y asumamos nuevas conductas que salvaguardarán nuestra salud y la de los demás, pero hasta cuándo seguirán comportándose como niños perversos que son incapaces de modificar sus usos y costumbres de beneficio a sí mismos, en lugar del pueblo que representan, y se ocuparán de ejercer la justicia que tanta falta nos hace para curar la salud social.

La confianza sienta las bases de cualquier tipo de relación entre las personas, desde las cosas más simples, hasta las más complejas. Cualquier relación interpersonal, y aún más la social, está basada en reglas en las cuales las partes intervinientes confían que serán cumplidas por todos. De lo contrario, la sociedad se derrumbaría como un castillo de naipes.

Y lo demostrado por los políticos ha conducido al país a su peor crisis de confianza en la democracia. La confianza, quintaesencia de este sistema, se fractura cuando la arbitrariedad sobrepasa el marco legal.

La reciprocidad, transparencia y credibilidad que son los pilares básicos de la confianza, se ven desmantelados una y otra vez por clase política, ya que ella misma es quien evita a toda costa el cumplimiento equitativo de las reglas, debida a su imperecedera corrupción y la impunidad en la que se reproduce a sí misma.

Sea cual fuere la denuncia que se realice, nada sucede, el sistema se hace de oídos sordos para mantener fuera de cualquier investigación, al pillo en turno. Trátese del sujeto oscuro famoso por los video-escándalos cuya fortuna debiera ser profundamente investigada, los hijos de Marta Sahagún, las componendas en lo oscurito entre gobernantes y dirigentes magisteriales, las fortunas con las que terminan sus sexenios los presidentes y sus familiares, y un largo etcétera.

En menos de un mes hemos pasado de un escenario de vulnerabilidad social debido al virus de la influenza humana, lo cual producirá irremediablemente el miedo al espacio social común, ante la sensación de sospecha de contagio por el más mínimo detalle del otro, a una atmósfera de depauperación de la vida política frente a unas elecciones cuyos protagonistas nada hacen por fortalecer la seguridad y confianza.

Por ello muchos jóvenes que conozco, se preguntan si deben votar o no, lo cual refleja su desconfianza en el futuro que le pintan los políticos no digamos con sus promesas de campaña, sino con los pobres y decepcionantes resultados de su gestión política. Va desapareciendo así, la confianza política, la que cada tres años el pueblo soberano deposita en sus representantes confiándoles el poder con sujeción a las leyes.

Decía el filósofo griego Aristóteles que las sociedades para prosperar, necesitan leyes e instituciones justas, gobernantes prudentes y jueces honestos.

Aparentemente, ha resultado tan peligroso el virus de la influenza humana, como el virus maligno de la corrupción y la impunidad que es más difícil aislar y combatir…
Por eso, mejor me voy con la música a otra parte, con la canción de Caifanes “Piedra”: Piedra: déjame, piedra. / No me deformes más. / Déjame como soy. /Mira como sangro. / ¿Que no sientes como tiemblo? /No te importa verme sufrir.

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