MORIR DE MIEDO
Teresa Carreón
En enero una noticia proveniente de Gaza pasó inadvertida: nos avisaba que Christine murió de miedo.
Después de siete días consecutivos de la lluvia de plomo que inundó el barrio pobre Al–Remal, el corazón de Christine se detuvo de miedo. Tenía 14 años, era estudiante de décimo grado e hija de un médico. «Murió de miedo. Desde que comenzó la guerra sintió el peligro, sufrió desórdenes neuróticos e histeria como tantos otros niños. Cuando los F-16 volvieron a disparar los misiles aquel viernes, cayó al suelo aterrorizada por el ruido. Su padre intentó ayudarla, pero no pudo. La tomó en sus brazos para intentar reanimarla en el hospital, pero murió antes de llegar».
Quien contó esto es el sacerdote que representa a la iglesia del patriarcado latino de Gaza, Manawei Mussallam, vinculado íntimamente a la pequeña comunidad cristiana ortodoxa a la que pertenece la familia de Christine, a quien no se pudo dar sepultura hasta cinco días después de su muerte, debido al frenético traqueteo de la guerra. Era el 7 de enero, día festivo para la fe cristiana.
El diagnóstico forense de Christine señaló un ataque al corazón como dato de muerte. Con ello, se acrecientan los números de las pérdidas terribles de otra generación de niños gazatíes, que se consumen presa del terror a morir asesinados mientras duermen, de camino al colegio o confundidos en inmensos desórdenes psicológicos después de ver a sus padres impotentes e incapaces de proporcionarles seguridad.
Desde el 27 de diciembre del año pasado han perecido por lo menos, trescientos menores en la Franja. Pero la tragedia persiste por los pequeños que todavía están vivos y su sufrimiento es espantoso: «El 36% de los niños de entre 8 y 12 años y el 17% de las niñas, desea morir en los ataques del Ejército de Israel», según los datos del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza que dirige el doctor Eyad al-Sarraj desde hace más de diecisiete años y durante los que ha podido documentar cómo las graves secuelas mentales acaban arrojando a los menores en brazos de los grupos armados en la edad adulta. «Un niño expuesto a tanta violencia se convierte en violento», ratifica el director del hospital psiquiátrico de Gaza, Aish Samur.
En enero una noticia proveniente de Gaza pasó inadvertida: nos avisaba que Christine murió de miedo.
Después de siete días consecutivos de la lluvia de plomo que inundó el barrio pobre Al–Remal, el corazón de Christine se detuvo de miedo. Tenía 14 años, era estudiante de décimo grado e hija de un médico. «Murió de miedo. Desde que comenzó la guerra sintió el peligro, sufrió desórdenes neuróticos e histeria como tantos otros niños. Cuando los F-16 volvieron a disparar los misiles aquel viernes, cayó al suelo aterrorizada por el ruido. Su padre intentó ayudarla, pero no pudo. La tomó en sus brazos para intentar reanimarla en el hospital, pero murió antes de llegar».
Quien contó esto es el sacerdote que representa a la iglesia del patriarcado latino de Gaza, Manawei Mussallam, vinculado íntimamente a la pequeña comunidad cristiana ortodoxa a la que pertenece la familia de Christine, a quien no se pudo dar sepultura hasta cinco días después de su muerte, debido al frenético traqueteo de la guerra. Era el 7 de enero, día festivo para la fe cristiana.
El diagnóstico forense de Christine señaló un ataque al corazón como dato de muerte. Con ello, se acrecientan los números de las pérdidas terribles de otra generación de niños gazatíes, que se consumen presa del terror a morir asesinados mientras duermen, de camino al colegio o confundidos en inmensos desórdenes psicológicos después de ver a sus padres impotentes e incapaces de proporcionarles seguridad.
Desde el 27 de diciembre del año pasado han perecido por lo menos, trescientos menores en la Franja. Pero la tragedia persiste por los pequeños que todavía están vivos y su sufrimiento es espantoso: «El 36% de los niños de entre 8 y 12 años y el 17% de las niñas, desea morir en los ataques del Ejército de Israel», según los datos del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza que dirige el doctor Eyad al-Sarraj desde hace más de diecisiete años y durante los que ha podido documentar cómo las graves secuelas mentales acaban arrojando a los menores en brazos de los grupos armados en la edad adulta. «Un niño expuesto a tanta violencia se convierte en violento», ratifica el director del hospital psiquiátrico de Gaza, Aish Samur.
Los menores de Gaza dibujan tanques, puestos militares, se comen las uñas, tienen pesadillas y padecen dolores de causa desconocida, llantos y episodios de introversión. Un 47% sufre traumas psicológicos sin que sus familias se den cuenta. El 30% se niegan a dormir solos y arrastran una severa incontinencia urinaria. Con la operación lanzada por Israel y denominada mordazmente “Invierno caliente”, aumentó un tercio el número de pacientes infantiles en los servicios de psiquiatría, donde tratan de sacarles de su mente las escenas de muerte, de funerales, de niños asesinados que taladran permanentemente su memoria.
Meses después de los bélicos operativos israelíes, la organización internacional de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch (HRW), ha denunciado que Israel cometió "crímenes de guerra" al utilizar bombas de fósforo blanco contra la población civil en su ofensiva en Gaza, entre el 27 de diciembre y el 18 de enero pasados.
En el informe, recientemente presentado y titulado “Lluvia de fuego: el uso ilegal de fósforo blanco en Gaza por parte de Israel”, la organización critica que Israel haya empleado fósforo blanco de forma repetida en áreas densamente pobladas, y no como lo permite el derecho de la guerra, empleado sólo en zonas abiertas para crear cortinas de humo.
HRW ha recogido más de una veintena de restos de bombas de fósforo blanco de 155 milímetros -todas ellas producidas en Estados Unidos- en calles residenciales, tejados de viviendas, una escuela de la ONU, un hospital, un mercado y otras instalaciones civiles. En el ataque sobre la franja murieron 1417 personas, según el Centro Palestino para los Derechos Humanos.
"El uso de fósforo blanco no está prohibido per se, pero existen normas internacionales que exigen tomar todas las precauciones posibles para proteger a los civiles, algo que no se hizo", ha declarado Hill Van Esveld, abogado de HRW y uno de los autores del informe. "Dañar deliberadamente o por imprudencia a civiles de forma innecesaria constituye un crimen de guerra", afirma categóricamente el abogado.
El Ejército israelí, ha recibido numerosas críticas por parte de organizaciones internacionales y de algunos grupos israelíes que se oponen a la guerra, y ha anunciado que no llevaría a cabo una investigación interna sobre el uso de fósforo blanco tras finalizar la ofensiva de 22 días sobre Gaza.
La foto de Christine con su pequeño cuerpo amortajado, al salir en los periódicos árabes de Israel ha sacudido conciencias, aunque nunca las suficientes. En el diario 'Al-Quds', el autor palestino Sam Bahour escribía: «Nunca te conocí y sin embargo te quiero como a mi hija de tu edad. Viviste 14 años en miedo permanente. Perdón porque ni yo ni el mundo actuamos con suficiente tiempo como para darte una vida normal, una vida digna».
Mejor me voy con la música a otra parte con la canción “Army Reserve” (Ejército de Reserva) de Pearl Jam: ¿Cuánto tiempo debe resistir antes de la tumba? /Que de paso a una caída sin fin /Ella puede sentir esta guerra en la cara /Las estrellas en su almohada /Ella se dobla en la oscuridad, mendigando un sueño…
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