LA DONNA È MOBILE
Teresa Carreón
El siglo XIX ve nacer el feminismo, movimiento que da cuenta tanto de cambios estructurales importantes (trabajo asalariado, autonomía del individuo civil, derecho a la instrucción), como de la aparición colectiva de las mujeres en la escena política. Se trata pues, del momento histórico en que cambia la perspectiva de la vida de las mujeres: les es posible adoptar la actitud de sujeto, de individuo cabal y de protagonista política, de futura ciudadana.
Nunca se habló tanto de las mujeres como en el siglo XIX. El tema aparece por doquier: en catecismos, en códigos, en libros de buena conducta, en obras de filosofía, en la medicina, en la teología y, naturalmente, en el arte y más específicamente, la literatura. Las tonalidades en las que lo hace constituyen un lienzo variopinto en el cual no deja de sorprender la inesperada convergencia que se establecerá con los años, entre el Estado laico y la Iglesia, instituciones antagónicas hasta entonces.
Desde la Revolución francesa progresista, se celebraba en la mujer, “la divinidad del santuario doméstico”; se la excluía del registro de los hechos, al reducir su razón de ser a mera colaboradora de la naturaleza, mostrándola en las imágenes producidas entonces, como el ídolo que fascinaría en el siglo XIX.
Las imágenes constituyen los modelos (generalmente de degradación) que la sociedad propone de las mujeres: las proyecta como servidumbre de hecho, tan cínicamente las exalta que asumen dócilmente su sometimiento, convirtiéndose al hacerlo o no, en ángel o demonio.
La mujer así preparada, encuentra su realización más sublime en la maternidad. Con toda crudeza Balzac expresaba: “La mujer es una esclava a la que hay que saber poner en un trono”.
La sociedad admite sólo a las mujeres que han renunciado a toda aspiración de realización personal: en el hogar, como esposa y madre, es digna de todo respeto y el modelo será preconizado desde las páginas literarias. Rousseau, en su Emilio, propuso un modelo femenino lleno de virtudes, complemento espiritual del hombre y guía que conduce al bien (o al mal). Baudelaire propuso un modelo femenino que atrae por todo el artificio que la envuelve.
Balzac afirmaba: “la mujer fuerte sólo debe ser un símbolo; verla real, asusta”.
La ópera y sus sortilegios decimonónicos, comprometidos con la moral burguesa, presentará siempre a las mujeres como inocentes seducidas o devoradoras de hombres, que atraviesan la escena sometidas o temibles, reflejos todos ellos, de los más recónditos sueños masculinos, mostrándolas como ángeles o brujas.
Las mujeres han sido siempre pretexto de las veleidades masculinas y además, sus víctimas, ajenas a toda felicidad que no sea la producida por la abnegación y la devoción al servicio del otro.
¿Cómo nacer a la libertad en una sociedad que no la tolera? ¿Cómo alcanzar la felicidad en un mundo en el cual la esfera de la actividad femenina se restringe al espacio doméstico? El confinamiento de la mujer en la casa, dicen los tratados victorianos, constituye el fundamento de su autoridad moral.
La escritura pudo ser, todavía en los últimos años del siglo XVIII, un elemento de libertad femenina. La actividad epistolar, se había deslizado en la literatura y penetrado la novela.
Inglaterra tal vez sea el país que mejor toleró a las mujeres escritoras. Jane Austen y las hermanas Brontë planteaban en sus escritos que el matrimonio era para ellas la gran cuestión. Jane Austen, llevó una vida tranquila de burguesa provinciana, fue tolerada porque sus escritos no cuestionaron los modelos vigentes y el matrimonio constituye el eje de su producción literaria.
Amandine Aurore Lucile Dupin, mejor conocida como George Sand, fue primera voz de emancipación. Invadida como muchas de su generación por la “rabia de escribir”, comenzó a preferir el uso de vestimentas masculinas, aunque continuaba vistiéndose con prendas femeninas en reuniones sociales. Este "disfraz" masculino le permitió circular más libremente en París, obteniendo de esta forma, acceso a lugares que de otra manera hubieran estado negados para una mujer de su condición social.
En una visita que realicé hace más de veinte años a mi hermana Elvira que vive en el sur de los Estados Unidos, me llamó notoriamente la atención que en los comerciales que la televisión de entonces, presentaban a los papás dando de comer a sus hijos, escogiendo el mejor jabón en el supermercado o realizando alguna actividad doméstica destinada todavía, como actividad exclusiva de las mujeres. Mi hermana me explicaba que en Estados Unidos se incorporaba así a los hombres a las tareas domésticas.
En nuestro país las cosas no han cambiado mucho para la mitad de la población en este país, en particular, para esa parte del género femenino que vive en medio de la pobreza, la exclusión y la marginación. Las imágenes que las telenovelas muestran de las mujeres hoy día son las de tontas, víctimas, o de plano, de prostitutas.
La violencia corona sus estadísticas con las mujeres, cuyas muertes en los estados de Coahuila, Chiapas, Chihuahua, Distrito Federal y el Estado de México (según la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas), siguen sin encontrar explicación y su eliminación se ve todavía muy lejana.
Mejor me voy con la música a otra parte con la canción de Verdi, “La donna é mobile” (La donna é mobile / qual piuma al vento): La mujer es voluble /cual pluma en el viento, /muda de tono / y de pensamiento. /Siempre una amable / y bella cara, / ya llore o ría, / siempre es engañosa. / Es siempre mísero / quien confía en ella, / y le entrega, / incauto, el corazón! / Y sin embargo, nadie se siente / plenamente feliz / si de su seno / no bebe el amor!
El siglo XIX ve nacer el feminismo, movimiento que da cuenta tanto de cambios estructurales importantes (trabajo asalariado, autonomía del individuo civil, derecho a la instrucción), como de la aparición colectiva de las mujeres en la escena política. Se trata pues, del momento histórico en que cambia la perspectiva de la vida de las mujeres: les es posible adoptar la actitud de sujeto, de individuo cabal y de protagonista política, de futura ciudadana.
Nunca se habló tanto de las mujeres como en el siglo XIX. El tema aparece por doquier: en catecismos, en códigos, en libros de buena conducta, en obras de filosofía, en la medicina, en la teología y, naturalmente, en el arte y más específicamente, la literatura. Las tonalidades en las que lo hace constituyen un lienzo variopinto en el cual no deja de sorprender la inesperada convergencia que se establecerá con los años, entre el Estado laico y la Iglesia, instituciones antagónicas hasta entonces.
Desde la Revolución francesa progresista, se celebraba en la mujer, “la divinidad del santuario doméstico”; se la excluía del registro de los hechos, al reducir su razón de ser a mera colaboradora de la naturaleza, mostrándola en las imágenes producidas entonces, como el ídolo que fascinaría en el siglo XIX.
Las imágenes constituyen los modelos (generalmente de degradación) que la sociedad propone de las mujeres: las proyecta como servidumbre de hecho, tan cínicamente las exalta que asumen dócilmente su sometimiento, convirtiéndose al hacerlo o no, en ángel o demonio.
La mujer así preparada, encuentra su realización más sublime en la maternidad. Con toda crudeza Balzac expresaba: “La mujer es una esclava a la que hay que saber poner en un trono”.
La sociedad admite sólo a las mujeres que han renunciado a toda aspiración de realización personal: en el hogar, como esposa y madre, es digna de todo respeto y el modelo será preconizado desde las páginas literarias. Rousseau, en su Emilio, propuso un modelo femenino lleno de virtudes, complemento espiritual del hombre y guía que conduce al bien (o al mal). Baudelaire propuso un modelo femenino que atrae por todo el artificio que la envuelve.
Balzac afirmaba: “la mujer fuerte sólo debe ser un símbolo; verla real, asusta”.
La ópera y sus sortilegios decimonónicos, comprometidos con la moral burguesa, presentará siempre a las mujeres como inocentes seducidas o devoradoras de hombres, que atraviesan la escena sometidas o temibles, reflejos todos ellos, de los más recónditos sueños masculinos, mostrándolas como ángeles o brujas.
Las mujeres han sido siempre pretexto de las veleidades masculinas y además, sus víctimas, ajenas a toda felicidad que no sea la producida por la abnegación y la devoción al servicio del otro.
¿Cómo nacer a la libertad en una sociedad que no la tolera? ¿Cómo alcanzar la felicidad en un mundo en el cual la esfera de la actividad femenina se restringe al espacio doméstico? El confinamiento de la mujer en la casa, dicen los tratados victorianos, constituye el fundamento de su autoridad moral.
La escritura pudo ser, todavía en los últimos años del siglo XVIII, un elemento de libertad femenina. La actividad epistolar, se había deslizado en la literatura y penetrado la novela.
Inglaterra tal vez sea el país que mejor toleró a las mujeres escritoras. Jane Austen y las hermanas Brontë planteaban en sus escritos que el matrimonio era para ellas la gran cuestión. Jane Austen, llevó una vida tranquila de burguesa provinciana, fue tolerada porque sus escritos no cuestionaron los modelos vigentes y el matrimonio constituye el eje de su producción literaria.
Amandine Aurore Lucile Dupin, mejor conocida como George Sand, fue primera voz de emancipación. Invadida como muchas de su generación por la “rabia de escribir”, comenzó a preferir el uso de vestimentas masculinas, aunque continuaba vistiéndose con prendas femeninas en reuniones sociales. Este "disfraz" masculino le permitió circular más libremente en París, obteniendo de esta forma, acceso a lugares que de otra manera hubieran estado negados para una mujer de su condición social.
En una visita que realicé hace más de veinte años a mi hermana Elvira que vive en el sur de los Estados Unidos, me llamó notoriamente la atención que en los comerciales que la televisión de entonces, presentaban a los papás dando de comer a sus hijos, escogiendo el mejor jabón en el supermercado o realizando alguna actividad doméstica destinada todavía, como actividad exclusiva de las mujeres. Mi hermana me explicaba que en Estados Unidos se incorporaba así a los hombres a las tareas domésticas.
En nuestro país las cosas no han cambiado mucho para la mitad de la población en este país, en particular, para esa parte del género femenino que vive en medio de la pobreza, la exclusión y la marginación. Las imágenes que las telenovelas muestran de las mujeres hoy día son las de tontas, víctimas, o de plano, de prostitutas.
La violencia corona sus estadísticas con las mujeres, cuyas muertes en los estados de Coahuila, Chiapas, Chihuahua, Distrito Federal y el Estado de México (según la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas), siguen sin encontrar explicación y su eliminación se ve todavía muy lejana.
Mejor me voy con la música a otra parte con la canción de Verdi, “La donna é mobile” (La donna é mobile / qual piuma al vento): La mujer es voluble /cual pluma en el viento, /muda de tono / y de pensamiento. /Siempre una amable / y bella cara, / ya llore o ría, / siempre es engañosa. / Es siempre mísero / quien confía en ella, / y le entrega, / incauto, el corazón! / Y sin embargo, nadie se siente / plenamente feliz / si de su seno / no bebe el amor!
Comentarios