SER MADRE: ¿SACRIFICIO O SATISFACCIÓN?

Teresa Carreón

La maternidad es una construcción social que ha ayudado a consolidar la sociedad que vivimos actualmente. La antigua familia se transmuta y desarrolla nuevas funciones, nuevos roles, diferentes axiomas para vivir la maternidad y todo aquello que la familia supone en general. A las madres les resulta paradójico vivir en desacuerdo con su rol y empeñarse en cumplir con un modelo de familia tradicional y rígido.

Ana Belén Jiménez Godoy, investigadora de la Universidad de Murcia, España, publicó en la Revista de Antropología Experimental “El mito de la madre sacrificada, un modelo de género” (2001) en el que afirma que “algunas funciones de la madre han sido asumidas sin reparo como naturales, sin plantearnos siquiera que son funciones fruto de unos relatos sociales derivados de nuestras normas culturales”.

La madre ha estado enmarcada a lo largo del tiempo en el mundo de lo privado, en el que el destino de esa mujer ha sido siempre la conservación, el cuidado de los demás, sin reserva alguna.

La madre ha simbolizado en diferentes culturas la tierra o el firmamento, símbolos relacionados con la protección, con el abrigo de sus criaturas, con la vigilancia, con la función nutricia, con el rehacer el proceso evolutivo del niño y su desarrollo tanto emocional como cognitivo. La madre en definitiva, obtenía como destino al serlo el sacrificio en pro del bienestar de sus hijos, por lo que su vida era vivida a través de la de sus hijos.

El destino de las madres ha estado relacionado con una fuerte vinculación emocional con sus hijos, que la vuelve vulnerable. A los hombres, representantes en las sociedades patriarcales, de lo público, se les tutelaba sin embargo, con argumentos y leyendas protagonizadas por el típico héroe que debía separarse de su familia para crecer y así hacerse invulnerable a una vida íntima, en favor de adquirir una fuerza necesaria para poder reinar. Esto se ha sustentado bajo la "creencia de que las emociones no sirven para crecer en el reino de lo público".

La madre ha estado más que custodiada por los mitos, leyendas y narraciones populares que la presentan abnegada, llorosa, inapetente cuando el alimento no alcanza, sacrificada, benevolente, dadora, y de energía sin reservas, pero el costo que ha tenido que pagar por ello, es el de quedarse sin apoyo y sin participación corresponsable de su pareja.

Parece que la creencia de que realizar sacrificios fuera fruto del amor, y no fruto de una exigencia social. Esta creencia en el sacrificio ha servido para mantener dentro del hogar a las madres, sin que esto sea percibido como castigo por ellas, por lo que se abriga y se premia. Si no, revisen queridos lectores los discursos de los avisos comerciales, así como la parafernalia de la celebración del 10 de mayo.

Pero los sentimientos contradictorios de las madres de hoy suelen ser habituales, Las expresiones de estas madres delatan una mezcla de amor incondicional con culpabilidad, una especie de mezcla entre orgullo y resignación. En realidad, asumir el sacrificio es asumir el premio, es afirmarse a sí misma que es la mejor madre.

¿Debe ser asumido como natural o como discurso social? ¿Es un modo de control social o una elección de vida? ¿Se puede ser crítico ante este destino?

Las ideas de género que intentan desvincular el rol materno del género femenino y que apuntan a un remarcar el autocrecimiento de la vida personal de la madre, su autoestima y su autorrealización, parecen reafirmar oscuros sentimientos contradictorios. Se percibe como ser mala madre y la falta de tiempo dedicado al cuidado de los hijos, puede percibirse como abandono, el anhelo por el crecimiento personal se puede vivir como egoísmo y los sentimientos resultantes pueden generar depresión, culpabilidad, impotencia, etc.

Este miedo a ser mala madre, seguido de la creencia del pensar que el destino de los hijos depende única y exclusivamente del esfuerzo de las madres, puede quedar reflejado en un pánico generalizado a que sus hijos desarrollen problemas psicológicos, realidad que sería apreciada por ella (y por los demás), como el símbolo de su fracaso como madres, lo que puede funcionar como profecía autocumplida.

Y así, hoy las madres se enfrentan a un marco mayor de sacrificio y a una doble culpabilidad.

Con ello, se ha generado un mito de oposición: la creencia de que el trabajo laboral y compartir las tareas con el hombre se opone sistemáticamente al cuidado y el cuidado se enfrenta a la vez, a la realización personal. Por ello, las madres de hoy temen el crecimiento propio a favor de un yo más autorrealizado. La amenaza de la buena madre ahora, es asumir más roles que los de una madre cuidadora.

Los más recientes estudios sociológicos sobre la mujer (Alberdi, 2001) revelan que la maternidad está dejando de ser un destino femenino para pasar a ser una opción.
En el proyecto de crecimiento personal de la mujer hoy, se incluye entre otros, ser madre, como camino trascendente y escogido a voluntad, en el que se incluye la pareja para tal opción, traduciéndose esto en una maternidad como fuente de satisfacción y no de sacrificio.

¿Se recuperará la mujer alguna vez del peso de la creencia que debe sacrificar sus esfuerzos por el prójimo?

Despojarnos de estos mitos puede ayudar a que ambos padres se incorporen a ser cada vez más partícipes de la vida íntima y contribuyan al crecimiento conjunto, dejando atrás los esquemas del héroe sin vínculos afectivos.

Este 10 de mayo, yo me voy con la música a otra parte con la canción de Violeta Parra “Hijo que tiene a sus padres”, repitiendo una parte que dice: yo proclamo la gallina/como la madre ejemplar/ que al hijo al salir del huevo/ le enseña la realidad.

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