PREJUICIOS

Teresa Carreón

Esta semana falleció el comediante y arquitecto Miguel Galván. Sin juzgar el talento del artista, recuerdo un anuncio televisivo que avisaba su participación en un programa de revista. Aparecía Galván sentado junto a Ninel Conde y afirmaba que estaba ahí con toda su fealdad, como justificándose por serlo.

En el velorio del cómico personaje, otro comediante Carlos Benavides, informaba que “Dios le dará alas a este feo de gran corazón. Se nos fue un feo”.

Parecería que Miguel Galván hubiera nacido en Suecia y debiera disculparse por no ser lo suficientemente atractivo como para ser considerado ser humano. Ser feo en esta época es peor que cometer un homicidio, donde los estereotipos de belleza han sido proporcionados por la revista Playboy o por los concursos de belleza o los intereses del mercado, cualquiera que no tiene la piel blanca, o es medianamente “pasable” estéticamente hablando, se siente algo más que un infractor de la ley.

En nuestra cultura, se ha demostrado que respondemos inicialmente mucho más favorablemente a aquellos que percibimos como físicamente atractivos. Ser guapo se presenta como una cualidad relacionada con una amplia gama de aspiraciones deseables como el éxito, popularidad y a menudo felicidad.

Estos juicios ligados al atractivo de la persona comienzan muy pronto en la vida y reflejan evidentemente actitudes similares y evaluaciones hechas por los profesores y padres. No sólo los maestros parecen interactuar menos con el niño no atractivo de la escuela, sino que los propios compañeros reaccionan también de modo desfavorable.

Ante la pregunta de un adulto, al ver alguna travesura infantil ¿quién lo ha hecho?, la culpa recae probablemente en el niño no agraciado, si éste se encuentra cerca del cuerpo del delito. A medida que el niño va creciendo probablemente no sea discriminado en tanto su tarea impresione por su eficiencia, pero apenas decaiga su rendimiento, la persona menos atractiva recibirá más sanciones que las otras. Esto tan injusto, ha sido comprobado por estudios realizados al respecto.

El atractivo físico es determinante en la elección de la pareja: 28,000 lectores del Psycology Today indicaron que el atractivo era “esencial” o “muy importante” para el ideal de pareja. Este desproporcionado interés llevó a Susan Sontang a oponerse a la convención social que la edad realza a un hombre, pero destruye progresivamente a una mujer.

La escritora señaló que a las mujeres se les enseña desde pequeñas a cuidarse “de un modo patológicamente exagerado” en lo relativo a la apariencia. Los hombres, aseveró, sólo necesitan tener la cara limpia pero, una mujer “es una tela en la que ella pinta un retrato revisado y corregido de sí misma”.

Existen prejuicios sociales que catalogan a las rubias como personas con poco seso. A las personas de la tercera edad se las considera estorbos. A los indígenas se les imagina como niños tontos. A los jóvenes se les confunde con delincuentes. Esas conductas están llenas de prejuicios, y evitan la igualdad y la equidad a cualquier precio.

En contraste, recién se acaba de publicar un estudio que manifiesta que “la inteligencia tiene caderas anchas”, esto es, las mujeres con caderas anchas tendrían mayor coeficiente intelectual.

Un informe realizado por científicos de la Universidad de California, Estados Unidos, asegura que las mujeres de caderas anchas tienen un mayor coeficiente intelectual, al igual que sus descendientes. Los especialistas llegaron a semejante conclusión tras haber entrevistado a 16 mil mujeres, de las que recogieron sus características antropométricas y la puntuación en diversos exámenes de inteligencia. Luego de analizar los datos recabados, advirtieron que las féminas curvilíneas y sus hijos habían obtenido mejores resultados que otras mujeres de distinta masa corporal y explicaron esta diferencia alegando que la grasa acumulada alrededor de caderas y muslos contiene niveles más altos de ácidos grasos omega 3, esenciales para el desarrollo del cerebro durante el embarazo.

Tener caderas anchas parece ser realmente una ventaja ya que hasta el momento se había dado a conocer que estas mujeres son más fértiles y tienen menos problemas cardíacos. Aquellas que tienen más de 100 centímetros de cadera están menos expuestas a sufrir problemas ya que la grasa acumulada en la zona actúa como poderoso antiinflamatorio natural. “Mujeres con cintura de avispa y caderas marcadas viven más años que aquellas de figura más escurrida”, aseguró el médico español José Luis León, “esta opinión no es producto de ningún capricho ni tendencia discriminatoria, es la consecuencia de unos niveles más altos de un sustancia requerida para un mejor funcionamiento físico”, aseveró. Las caderas anchas favorecen el parto, alargan la vida, previenen los problemas cardíacos, entre otros aspectos que seguramente se irán descubriendo paulatinamente y ahora también destacan la inteligencia que tiene una mujer.

Así, sometidos a un mar de prejuicios, nos enfrentamos a un debate sobre la reforma energética, del cual se desconoce aún el límite de tiempo y, que estará poblado de malos y buenos, de feos y bonitos, de “nacos y yuppies” y cuyo resultado arrojará cambios definitorios en la economía no sólo del presente sino del futuro de nuestro país.

Jaime López escribió la canción “Chilanga Banda” y la música que esta semana me lleva a otra parte dice: “Pachuchos, cholos y chundos,/chinchinflas y malafachas./Acá, los chómpiras rifan/y bailan tibiritabara./Tranzando de arriba abajo,/ahí va la chilanga banda/chinchín si me la recuerdan/carcacha y se les retacha.”

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