El robo en el tren


Teresa Carreón

Hace veinte años, el mundo estaba dividido en dos grandes bloques y todos los días alimentábamos nuestro pesimismo con los reclamos emitidos por las dos potencias que se habían declarado una guerra conocida entonces como “fría”. Fue en noviembre de 1989, que cayó el muro de Berlín y entre sus escombros hubo quien quiso encontrar los restos de la muerte de la ideología que había explicado a una parte del mundo.

Sin embargo, existen historias que dan luz al tiempo pasado y que resultan extrañas porque en un lapso de tan solo 20 años, el mundo ha cambiado ostensiblemente.

Aquí una historia: Nos juntaron en la terminal de trenes de la ciudad de Moscú. Debíamos viajar a Leningrado para visitar varios centros de capacitación ubicados en grandes fábricas de los alrededores de lo que hoy es San Petersburgo.

Teníamos que viajar en tren durante una extraña noche carente de oscuridad, para llegar a la mañana siguiente a San Petersburgo, Petrogrado, o como se conocía por entonces, Leningrado. Pasaríamos entonces, una verdadera “noche blanca” en la ruta del tren hacia nuestro destino.

La maestra guía y los intérpretes nos estaban reuniendo en el anden del tren para darnos la información previa necesaria para realizar el traslado.

Recuerdo haber llegado al camarote que estaba asignado a una de las intérpretes, otra compañera y a mí, y dejar mi maleta al tiempo de cerciorarme que llevaba conmigo el dinero y mi pasaporte, que viajaban dentro de la que se volvería durante ese viaje, mi inseparable compañera: mi cangurera. Después de dejar en el camarote mi equipaje, decidí acompañar a los compañeros que se reunían en el andén, para fumar un cigarro antes de iniciar un viaje memorable por aquello de pasar una noche sin oscuridad.

(Durante mi estancia en la ciudad de Moscú, en el mes de junio, había notado que en ese lado del mundo no siempre hacía frío, pues la temperatura oscilaba entre los 28 y los 30 grados en esos días del corto verano soviético, además, los días eran larguísimos y con ese calor, prefería caminar por las tardes hasta que anocheciera, aunque la noche tardaba demasiado en aparecer.)

Quienes viajábamos teníamos ya algunas semanas de convivencia diaria y ya había salido lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros durante las clases, las visitas técnicas y el programa cultural, así que las bromas y la camaradería afloraban con escasa oportunidad, pero ese viaje había estimulado el ánimo en todos. El variopinto grupo integrado por 14 estudiantes seleccionados de diferentes países en desarrollo, albergaba a un participante de Irak –Mukdad-, que al darse cuenta que sus cigarros se habían terminado, decidió traer otra cajetilla que había dejado en su camarote.

Lo vimos entrar sonriente al tren, prometiendo que en la próxima ronda él repartiría el tabaco. Después de unos minutos, Mukdad salió gritando que había desaparecido su portafolio en el que se encontraban los cigarrillos, además de su dinero y el pasaporte. La sonrisa se congeló en nuestros rostros, nadie recordó el chiste que recientemente acababa de contar el amigo de la India. Sin acordarlo, decidimos entrar al tren y ayudar al compañero que afanosamente buscaba algún indicio en el vagón, en los baños, bajo las camas.

Después de recorrer durante una hora el tren, mi amiga Rebeca de Ghana y yo, resolvimos regresar a nuestro camarote porque sospechábamos que el ladrón había bajado ya del tren, el cual sin darnos cuenta, ya había comenzado su marcha. Al poco tiempo, una de las intérpretes, Olga, vino a comentarnos que las autoridades del tren, ya se habían comunicado desde la cabina de mando con la policía soviética, y se iniciaban desde Leningrado y Moscú, las indagaciones necesarias. Al escucharla, sospechábamos que el futuro del viaje de Mukdad iba a ser de una gran pobreza.

Los compañeros nos reunimos a la mañana siguiente en torno de un samovar –recipiente metálico en forma de cafetera alta, utilizado para la preparación del té- para tomar la infusión matutina y comentar los pormenores de la inaudita noche sin oscuridad en la que ocurrió el atraco al irakí. Ahí surgió la idea de aportar parte de nuestro estipendio al amigo despojado, para que tuviera aunque fuera “para sus cigarritos”.

El encargado de servir el té en el tren avisó en ruso que estábamos llegando a Leningrado. Buscamos a los intérpretes para que nos dijeran cuál era el mensaje del ruso gritón. Al pasar una puerta que dividía un vagón de otro, nos encontramos a un insomne intérprete que tallaba sus ojos tratando de eliminar cualquier muestra de desvelo y nos avisaba que al llegar a la “Venecia del norte”, como se le conoce también a Leningrado, Mukdad recibiría una gran sorpresa, pues ya habían detenido al ratero en Moscú y se habían realizado las operaciones necesarias para que el dinero y los documentos faltantes, le fueran repuestos al estudiante irakí.

Así operó en ese momento la policía, en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la primera noche blanca del último verano de ese sistema que vería su fin a partir de la caída del muro de Berlín, en el mes de noviembre de 1989.

Yo mejor me voy con la música a otra parte con la canción “No voy en tren” de Charly García: No voy en tren, voy en avión/No necesito a nadie/A nadie alrededor. /No voy en tren, voy en avión/No necesito a nadie/A nadie alrededor.

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