DOLOR NUESTRO DE CADA DÍA

Teresa Carreón

A mi tía Bertha Carreón

Existen muchas experiencias en la vida que conducen a situaciones que ocasionan dolor. Cada evento que produce una dolencia nueva, brinda lecciones a los taciturnos sujetos adoloridos, de una pedagogía que los va moldeando gradual, pero significativamente.

El dolor se define en el diccionario como un sentimiento de intensa pesadumbre y tristeza; aflicción, congoja y pena son sinónimos. Es una molestia física localizada en alguna parte del cuerpo por la excitación de las fibras nerviosas sensitivas de mayor o menor intensidad.

Todos los seres humanos hemos experimentado dolor en algún momento de nuestras vidas, por lo tanto, sabemos qué es y dado que el dolor es una situación subjetiva y privada, es muy difícil precisarlo. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo ha definido como”una sensación desagradable acompañada por una emoción, que se percibe como un daño a nuestro cuerpo”.

El dolor recuerda a quien lo padece, lo limitado de la vida, lo finito. Quien convive con el dolor, vislumbra cada día con la plena conciencia de tocar cotidianamente los bordes de la existencia, situación que modifica brutalmente su realidad.

Dice Arnoldo Kraus que a partir del dolor y del padecer, somos lo que nos sucede, lo que nos hiere, lo que modifica nuestra mirada del cuerpo y del día.

Generalmente al concepto de dolor se le enfrenta el de placer, porque son opuestos, ya que se cree que si hay placer no puede haber dolor y viceversa. El placer llega y se marcha, a veces en un solo instante; pero el dolor tiene el poder suficiente para quedarse.

Existen dolores de corta duración (dolor agudo) y dolores de larga duración (dolor crónico). Cuando el dolor es agudo, es muy útil para el individuo que lo sufre porque es una señal de alarma que avisa que el cuerpo ha sido agredido y que por ende, demanda una respuesta inmediata.

David B. Morris afirma en su libro “La Cultura del Dolor” (Ed. Andrés Bello), que “cuando el dolor se ha instalado en la psique durante seis o más meses ya no es, de ningún modo, el mismo dolor del principio. Esos seis meses de dolor incesante (y sin final aparente) nos cambian inevitablemente. Entonces, el dolor crónico cambia inevitablemente el mundo que habitamos, como un invierno permanente.”
El dolor es totalmente una experiencia subjetiva. Uno de los aspectos más difíciles del dolor, cuando este se torna crónico, es conseguir hacer creí­ble su trastorno para los afectados. Quien padece dolor adquiere una mirada distinta para confrontar las adversidades y para entender la existencia y no queda de otra que aprender y modificar la existencia ante la amenaza de la disminución de la calidad de vida.

Diversos investigadores, tras dos décadas de estudio, han concluido que los fármacos para tratar la depresión son capaces de aliviar el dolor, independientemente de que el paciente tenga o no síntomas depresivos, pero es imposible silenciar al dolor bajo una montaña de píldoras.

Decía Sidhartha Gautama que si el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Jean Baptiste Racine afirmaba que el dolor silencioso es el más funesto. Concepción Arenal aseveró que el dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro. Marco Valerio Marcial expresó que el verdadero dolor es el que se sufre sin testigos. André Chenier sentenció que el dolor reclama soledad. Por su parte, Viktor Frankl dijo “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.

Miguel de Cervantes escribió en su momento que el dolor de una misma manera ata y desata la lengua del afligido, unas veces exagerando su mal para que se lo crean, otras veces no diciéndole porque no se lo remedien. Pero fue Selma Lagerlof, escritora sueca y primera mujer en obtener un Premio Nobel de Literatura, quien resumió todo en una sola oración: “El dolor más fácil de soportar es el de los demás.”

En esta época marcada por una población obsesionada por la búsqueda del hedonismo, la comprensión del dolor se vuelve no sólo una asignatura pendiente, sino algo impensable tanto para la población en general como para la industria farmacéutica en particular.

Pero el dolor físico es igual de nefasto que otro flagelo erigido en nuestra época: la pérdida de poder. Nada es más humillante que ser un perdedor en nuestra sociedad mercantilizada. No pesan tanto ni la muerte de los queridos, ni los golpes más hirientes, como perder o debilitar el dominio que se ejerce sobre otras personas.

Alguna vez Maquiavelo entendió bien el asunto, cuando dijo que uno puede olvidar la muerte de sus padres, pero jamás la pérdida de su patrimonio. La cultura occidental ha fortalecido esta ideología y ahora se asusta.
El álbum “El Viaje a Ninguna Parte” contiene la canción “Canto (el mismo dolor)” de Enrique Bunbury, con la que me voy con la música a otra parte: Canto porque me canso de dar explicaciones,/no tengo soluciones, ¿para qué tanto preguntar?/ Canto porque me harto de lugares concurridos,/ de esquemas aburridos para conseguir seguridad./ Parto de aquí a otro lado, crías cuervos, y te comen los ojos luego./ Canto porque me levanto, siempre con las mismas penas./ Y no hay mejor ni peor, pues con la gente que tropiezo,/ sufren del mismo dolor, están igual, el mismo dolor./ No hay mejor ni peor, si estás quieto o en movimiento,/ sufres el mismo dolor, estás igual, el mismo dolor.

Ver también: http://www.salud.es/fibromialgia


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