SENSIBILIDAD JAPONESA

Teresa Carreón

Desde hace dos semanas todo el mundo se hace la misma pregunta ¿De qué está hecha la sociedad japonesa que después de haber soportado los efectos de dos bombas atómicas, esté resistiendo de forma tan controlada los efectos de un mayúsculo terremoto, el paso del posterior tsunami y el problema nuclear? Se ha hablado de su carácter, que no se rinde ante la adversidad y, quien conoce bien a los nipones asegura que tienen más de 20 formas de decir no sin decir no.

Haciendo el recuento de víctimas, muertos y desaparecidos, en cifras oficiales ya sobrepasan los 15.000 y los daños son incalculables. Pero además, nos corta el aliento el inminente peligro de una posible explosión de los reactores de la central nuclear de Fukushima, que causaría una radiación atómica de consecuencias apocalípticas. Y ante tal catástrofe, la actitud sosiega, controlada y disciplinada de la población japonesa tiene sorprendido al mundo: no se han registrado pillajes, saqueos, ni llantos histéricos. Sólo rostros abatidos, taciturnos y disciplinados de personas formadas en colas frente a supermercados y gasolineras es lo que muestran las cámaras de televisión.

Dicho comportamiento de los japoneses se atribuye al fuerte bagaje cultural emanado de Confucio, en el que el grupo siempre prevalece sobre el individuo. Aunque en muchos casos los comportamientos y decisiones de los japoneses se basan en principios mucho más individualistas, lo que realmente prevalece es el respeto de las normas establecidas a pesar de la situación de alarma, por la estricta educación que busca la cohesión social, aún por encima de la preparación adquirida, dadas las lecciones de las dramáticas experiencias pasadas y a la idea de que el colectivo puede hacer frente de forma más eficaz a una catástrofe de grandes dimensiones.

Desde la cuna aprenden la expresión “gambatte, kudasai” -anímate, esfuérzate- que junto con la educación, las tradiciones y la guerra han forjado el carácter japonés. Su cultura es prácticamente impenetrable a agentes exteriores, se alimenta de sus tradiciones religiosas (un compendio de la religión budista y la sintoísta) y sociales: el bushido, el código de los antiguos samuráis, que busca la excelencia con el cumplimiento escrupuloso de siete virtudes: rectitud, coraje, benevolencia, respeto, honestidad, honor y lealtad. Así se puede explicar que transcurridos casi quince días de la catástrofe, no se haya producido una situación de caos, como sin duda en cualquier otro lugar del mundo ocurriría.

El individuo, como mostró Isao Takahata en “El cementerio de las luciérnagas” - película poderosa que retrata como pocas, la crudeza de los humanos en tiempos de guerra-, es secundario, de ahí también el sorprendente y para muchos occidentales, incomprensible sacrificio de quienes estos días trabajan para reducir los niveles de radiación en la planta de Fukushima. Dar la vida por la colectividad, como en su día lo hicieran y salvando las distancias, las motivaciones y los objetivos, los antiguos kamikazes, cuya misión era única y su viaje solo de ida.

Película "Cementerio de luciérnagas" Muy recomendable, es poesía pura.

Tampoco es válido atribuir a los japoneses falta de sentimientos –ellos piensan que no está bien visto mostrar el sufrimiento en público-; un pueblo sin sensibilidad no podría disfrutar con el arte del kabuki, ni viajaría en masa a contemplar cada año, a finales de marzo, la floración de los cerezos.
Mejor me voy con la música a otra parte con la canción “Desastre” del argentino Gustavo Cerati: ¿De qué desastre me salvé? /En mala hora te solté /Y en un segundo me encontré /Uh babe, en un furioso mar /Sin saber de ti...

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