LA VULNERABILIDAD DE NUESTRA INFANCIA


Teresa Carreón
El ser humano ha vivido su vida tejiendo esperanzas. El futuro le ha dado motivos siempre para depositar en sus herederos las más grandes expectativas. Si no fuera así, el desaliento hubiera hecho desaparecer al componente humano de la faz de la tierra.

La revista Proceso esta semana ha informado que se han elevado las cifras de suicidios entre niños, adolescentes y jóvenes este sexenio. Los niños que viven su infancia en medio de la guerra contra el narcotráfico emprendida por Calderón, además de la violencia generada por los delincuentes, le han producido terror, tensión, angustia y estrés postraumático, casi imposibles de superar. Por lo que, ante la falta de oportunidades, inmersos en la depresión y la desesperanza de “un país que se desmorona”, si las bandas criminales no los matan, deciden hacerlo por propia mano.

Las estadísticas que ofrece la revista apuntan que sólo en 2008, alrededor de 150 mil pequeños de 12 a 17 años de edad atentaron contra su existencia –25 mil 473 requirieron atención médica –, mientras que 1 millón 400 mil más, pensaron hacerlo.

Así pues, los niños de nuestro país que tendríamos que proteger como el tesoro más preciado, se han vuelto completamente vulnerables ya que están más expuestos a sufrir daños ante las amenazas físicas, económicas, sociales, político-institucionales, sanitarias, educativas, ambientales, etc.

En México, los niños representan la tercera parte de la población y cuatro de cada 10, viven en la miseria. Con 4 millones de niños, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), México concentra el 18% de los niños pobres de la región. Durante los últimos 20 años, latinoamérica ha mantenido la más regresiva distribución del ingreso en el mundo, por lo que las carencias que padece la población infantil le afectará el resto de su vida y se transmitirá a las generaciones siguientes.

Pero según el organismo, la pobreza no sólo se refiere a las privaciones materiales, sino que incluye otros factores como la discriminación y exclusión, así como la violación de los derechos humanos de los niños, todo lo cual afecta su desarrollo psicosocial. Los niños que subsisten en situaciones de pobreza extrema, padecen desnutrición crónica, habitan viviendas precarias, carecen de agua potable, electricidad, educación y medios de información. Si a eso le agregamos la situación de inseguridad, el resultado es catastrófico.

La violencia emocional provoca malestar en el niño, una degradación que, a diferencia de la fí­sica, no deja secuelas visibles, por ello es más complicado abordarla; sin embargo, presenta sí­ntomas como baja autoestima, disminución en el rendimiento escolar, miedo a la soledad, tristeza, aislamiento, inseguridad y en ocasiones, deseos de muerte. Esto tiene repercusiones a futuro, cuando el infante se convierta en adolescente o en joven adulto, tendrá múltiples dificultades.


Nunca será suficiente expresar cifras que revelan la situación de dolor, sufrimiento y marginalidad en la que viven miles de niños en este país, como no lo es saber que muchos de ellos no cuentan con las condiciones mínimas para desarrollarse adecuadamente, por ello, ciudadanos, especialistas, organizaciones civiles y autoridades debemos revertir esta situación, ya que hablar de la infancia es también abrir la posibilidad de que las cosas puedan cambiar, con la convicción de que en los niños se juega el destino de México.

Mejor me voy con la música a otra parte, con la canción del grupo Maná, “Dónde jugarán los niños”: Y hoy me pregunté /después de tanta destrucción / ¿Dónde diablos jugarán /los pobres niños?

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