CADA QUIEN SU PAUSA
Hay pausas que son
producto del cansancio. Otras, porque no se sabe qué hacer. En muchas
ocasiones, las pausas obligan al detenido a buscar las alas que tanto le
faltan. A veces, las pausas tan solo son el aviso de la muerte o la
desaparición. Las pausas generalmente conllevan a alguna búsqueda. Dice la
canción que se ha olvidado el camino de regreso, entonces, sobreviene una pausa
corta, larga, mediana, intermedia, guerrera, pacífica, blanca, azul, nocturna,
diurna, melancólica, estacional.
Desconozco si las
pausas engordan, tienen valor curricular o solo ayudan a regenerar la memoria,
pero admito que las pausas tienen un lazo enérgico con el tiempo y con la
lluvia. Si no, revisen todas las escenas de cualquier película donde la
situación se dificulta e invariablemente llueve, es decir, hay una pausa que
obliga al asesino a detener el cuchillo, la víctima puede esconderse o mínimo
cubrir su rostro con el brazo para no mirar el golpe, el escritor piensa mejor
si debe morir el malo o el bueno y el editor criminaliza las comas y los
adverbios mal colocados.
Cuando hay una
pausa, el tiempo baila tango con la muerte. Se regocijan.
Seguro que las
pausas deben tener calcio porque permiten crecer. Aunque lo que crezca solo sea
la angustia contenida, el miedo almacenado, la ansiedad acurrucada en ese
resquicio blandito que todos llevamos dentro. Se piensa que el resultado de una
pausa sea el comienzo de una nueva historia, pero el golpe de la realidad es
brutal cuando se advierte que nada ha cambiado, solo se ha perdido el tiempo
mientras la vida se esfuma. Dicen que la melancolía sin memoria no es posible, así
también las pausas obligan a mirar atrás y adelante y repensar el camino pero
el sendero a elegir siempre estará lleno de enigmas indescifrables.
Por diferentes
motivos he hecho una pausa, no del todo deliberada, pero ha sido un irme de
aquí pensando en no volver. Pero reconozco que soy terca.
2 de febrero de 2018
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