Contra la corriente: Escuelas ejemplares

He aquí un informe insólito de cinco escuelas de educación básica que sobresalen por su organización interna, sus métodos de enseñanza y la colaboración con los padres de familia. Son centros educativos sin privilegios que figuran en los primeros lugares de la prueba ENLACE.

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Uno no espera ser recibido así. Un montaje, esto tiene que ser un montaje. Eso pensé poco después de llegar a la escuela secundaria pública número 200 Profesor Roberto Ruiz Llanos de Ecatepec de Morelos, Estado de México, cuando una formación de muchachos, integrantes de la banda escolar, inició a manera de bienvenida una serie de números musicales que mostraba la sincronía, el orden y la disciplina con la que se trabaja en ese colegio ubicado en el corazón del municipio más poblado del país.
Nos aguardaba la escuela en pleno y una especie de angustia comenzó a correrme por la venas, pues la desconfianza me hizo suponer que lo que estaba a punto de presenciar las siguientes seis horas sería una especie de exhibición inmisericorde de obra municipal cumplida y entregada.
Lo que vi, sin embargo, fue la organización de una escuela que no es muy diferente en instalaciones a las del resto de la entidad —acaso lo único diferente sea el amplio espacio al aire libre y las áreas verdes con que cuenta— y el trabajo de hormiga pertinaz que se lleva a cabo y que la ha colocado, en cuanto al logro académico, en una de las más destacadas a nivel nacional.
Y aunque los buenos resultados son producto del trabajo colectivo, la figura del director del colegio, Jesús Arturo Varela Ramos —de baja estatura, fácil palabra e impecable aliño—, es determinante para comprender el buen desempeño de maestros, alumnos, autoridades y padres de familia.
Con su liderazgo, este director ha impuesto, en los 17 años que lleva al frente del colegio, una disciplina y orden cotidianos que tienen menos que ver con las de un monasterio o una correccional y más con la voluntad de entregar buenos resultados. La organización de la escuela lo dice todo. Está limpia y cuidada, y son los alumnos y sus maestros quienes se empeñan en que así siga para siempre.
Varela ha contado con la colaboración de una planta de maestras y maestros contentos con su trabajo —que acuden a jornadas voluntarias los sábados—, y madres de familia (más que padres) dispuestos a dar de su tiempo para acompañar a sus hijos en el proceso de aprendizaje y, sobre todo, de lectura. Han establecido las “frutas literarias” (en un símil de los “cafés literarios”), donde los alumnos, con un vasito repleto de fruta o de jícamas en rebanadas, se dedican por una hora a leer en voz alta, para luego compartir y comentar los contenidos de lo leído.
Hay también un comité de madres encargadas de leer a los niños. La maestra Esther Rocha, responsable del proyecto de lectura, explica que muchas actividades que se programan desde el inicio de clases incluyen la lectura en voz alta para el mejor aprovechamiento de los alumnos. “Queremos desarrollar el gusto por la lectura con las madres de familia. Este comité realiza muchas actividades, pero la principal es la lectura en voz alta en las aulas”, dice.
Y cuando hay alumnos conflictivos, los canalizan hacia el desarrollo de actividades culturales de impacto, por ejemplo, la puesta en escena de un museo de cera cuyos personajes —Hitler, Marilyn Monroe, Che Guevara, Diego y Frida, Janis Joplin, sor Juana Inés de la Cruz o Carla Morrison— se explican a sí mismos pero en un inglés fluido.
En la lógica del descreimiento —que dicta que no puede ser cierto lo que uno ve—, cuesta trabajo reconocer que la escuela Profesor Roberto Ruiz Llanos, en sus dos turnos, no desperdicia ningún minuto del día en tiempos libres, pase de listas, recreos adicionales o alumnos a la espera del maestro que no llegó. Y no es poca cosa si se considera que, al menos en el Distrito Federal, del tiempo total de clase —en un horario de las 8:00 a las 12:30 horas, que es el de la mayoría de los planteles—, se ocupa apenas el 56%, en promedio, en actividades propiamente académicas y de aprendizaje; es decir, poco menos de tres horas al día. El tiempo  útil es un desperdicio.
Aquí, en esta escuela pública de Ecatepec que tiene 13 grupos en cada uno de sus turnos y un total de mil 282 alumnos, el cuidado de las instalaciones —baños limpísimos y con papel higiénico a disposición— y la disciplina no tienen que ver con maestros regañones  y directores que mandan llamar a los alumnos —desde luego ocurre, pero no es el rasgo distintivo— sino con algo más simple: el seguimiento puntual —hasta rayar en lo obsesivo— de todas las actividades que desempeñan maestros y alumnos a lo largo del día. Una tropicalización bastante simple pero meticulosa, de una buena práctica de transparencia y rendición de cuentas en un colegio. El Departamento de Evaluación y Seguimiento Institucional —una rara avis en el concierto de los colegios y escuelas públicas a nivel nacional— se encarga de medir y recabar diariamente información de las actividades de aprendizaje de los maestros y la evaluación que de ésta hacen los alumnos. Toda la información se procesa semanal, mensual y semestralmente, para determinar los indicadores del logro académico de los alumnos. Un trabajo de abeja en panal que está a disposición de quien quiera, especialmente de padres de familia y maestros.
Me reta el director: “Di cualquier fecha, la que quieras, del año que quieras”. Digo cualquier día y mes de hace tres años sin pensarlo demasiado y la encargada del departamento busca de inmediato una gruesa carpeta del año señalado, con el separador del mes y del día. Lo que veo es un conjunto de reportes (observación en clase; informes de acciones de “alumnos con alerta de reprobación”; reportes de “áreas de oportunidad en el desempeño del alumno”; escalas estimativas de aprovechamiento y otros tantos) que constituyen una radiografía de lo que ese día ocurrió en cuanto al aprovechamiento académico en el plantel.
“Tenemos un registro y control hasta de la seguridad de los alumnos. Cuando un niño o una niña van al baño estando en clase, queda anotada la hora en que lo hizo y la de regreso al salón. Somos responsables de la seguridad de los chicos en cada minuto que están en el plantel y eso los padres lo aprecian demasiado”, dice el director.
Pero los padres de familia aprecian mucho más que eso. En una reunión del Consejo de Participación Social —convocada especialmente para esta visita—, alumnos, maestros y padres de familia hicieron el relato pormenorizado de las actividades del colegio.
La alumna Daniela, actriz de Tengo hambre, una pequeña ficción en video que aborda el acoso escolar (bullying) y que fue patrocinada por la ONU, dice: “Los maestros hacen muy bien su trabajo. No vienen a cuidar niños”, y el alumno Saúl: “Coexistimos de una manera recíproca y respetuosa. En esta escuela somos muy afortunados. Admiro a mis maestros [aun cuando] tenemos grupos de 60 alumnos”. Beatriz, madre de dos niñas en segundo y tercer grados, lo dice sin ambages: “Aquí hay una buena cabeza; aquí se ven resultados escolares”. Invitado de manera extraordinaria, el supervisor regional, José Isabel Maya, reconoce la gestión y la autogestión escolar y afirma que en las 17 escuelas de la zona “hay cierto celo por la escuela 200 de Ecatepec”.
Por eso es difícil suponer que todo esto era un montaje. Ni el más plantado de los directores de escena sería capaz de coordinar el discurso de maestros, alumnos y padres de familia para hacerlo coincidir, casi milimétricamente, con el de su director.
Muy discreto, con la expresión relajada de quien sabe que ha hecho bien las cosas, observa y escucha la sesión del Consejo el profesor Roberto Ruiz Llanos, fundador de esta escuela secundaria, que lleva su nombre, y de lo que en su tiempo se llamó Unidad Pedagógica de Ecatepec: preescolar, primaria, secundaria y normal. Ni siquiera le pregunto la edad, pues son muchos los años que lleva encima. “El cerebro es un milagro —dice—, hace que los alumnos y maestros aprendan a pensar de manera dialógica. Con la empatía y el pensamiento logramos eliminar la separación autoritaria de profesores y estudiantes. Tengo una idea muy clara de que se deben quitar los regaños y el autoritarismo. Uno tiene la capacidad de autoformarse. Decidimos centrarnos en los alumnos y en su aprovechamiento, nada más”.
“Doy fe de que todo lo que viste en esa escuela es verdad, no tiene maquillaje. Todo eso es resultado del trabajo y el esfuerzo de la escuela, sus maestros y directivos a lo largo de los últimos 15 o 20 años”, me dice al teléfono Margarita Zorrilla Fierro, integrante de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
En 2012, como directora general del INEE, acudió a atestiguar la “experiencia exitosa” de la escuela Profesor Roberto Ruiz Llanos. En algún momento de la conversación a Margarita se le quiebra la voz, en el recuerdo vivo de una escuela ejemplar. “El director es una gente con una visión pragmática y eficaz. Es una persona que le importa que la escuela funcione como debe ser para obtener resultados. Esta escuela tiene un director con liderazgo y equipo de trabajo, con un sentido común pedagógico impresionante y el principio de buscar conseguir siempre lo mejor del otro. No es una escuela que hace innovación en los márgenes del sistema, y esto me parece increíble. Hace innovación dentro del sistema. En general, las experiencias innovadoras trabajan en el margen del sistema. Suele suceder que por eso son innovadores, porque nadie les hace caso pero tienen alguien con espíritu emprendedor”.
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“Un padre de familia llegó a verme. Aunque es mejor que diga: lo cité para hablar de su hijo que mostraba conductas violentas y sobre el que ya se habían quejado otros niños y sus madres. El papá no entendía razones. Le explicaba: señor, su hijo ha golpeado a algunos de sus compañeros, su hijo esto y aquello, pero no me escuchaba, sólo me miraba. De pronto se levantó y comenzó a gritarme, a insultarme, a decir que yo no era un buen director, que su hijo no se comportaba como yo decía y que, en todo caso, era responsabilidad de la escuela educarlo, que para eso lo traían todos los días. Cuando me retó a golpes yo le dije: ‘está bien, señor, no pasa nada, quédese tranquilo, ya veremos qué hacemos con el niño’. Esperé a que se fuera, a que se calmaran las cosas. Luego arreglé mi escritorio, tomé mis papeles y mi portafolio y salí de la escuela. Así son los padres de familia ahora…”.
Esto no es un lamento, sino un fragmento del relato sobre la forma en cómo algunos padres de familia acostumbraban a tratar a maestros y directores en la escuela primaria pública República Española, en Iztacalco, Distrito Federal. El colegio está inscrito ahora en el programa Escuelas de Calidad de la SEP y desde hace cuatro años es dirigida, en su turno matutino, por el profesor Alfredo Gómez Bastida, un maestro normalista con más de dos décadas de servicio docente y terco como el que más para hacer de la escuela un centro de estudios ordenado, donde el trabajo de sus maestras y maestros sea respetado y en el que sus alumnos puedan avanzar, tanto en su aprendizaje como en el establecimiento de buenas relaciones entre sus compañeros y con los maestros y la sociedad.
Lo hace, como el resto de las escuelas de las que aquí damos cuenta, con los mismos recursos con los que en promedio cuentan los colegios del Sistema Educativo Nacional. No es una escuela privilegiada ni tiene trato preferencial de alguna autoridad, ni de la SEP ni del gobierno del Distrito Federal. “Qué más quisiéramos”, dice el profesor Alfredo, pero aquí “con lo que tenemos nos debe alcanzar para atender a los niños”.
Quizá lo más destacado no es que la República Española ocupe los primeros lugares en ENLACE (se encuentra en un respetable puesto número cien de esta prueba que ha sido abandonada ya por la SEP), ni que tenga un número importante de alumnos (26) atendidos por alguna invalidez, sino la capacidad que ha tenido para reorganizar su vida diaria y establecer un ambiente de respeto y cordialidad entre maestros y directores y de éstos con los padres de familia. En una escuela de 738 alumnos por turno es fácil imaginar que el número de padres rijosos no era bajo.
Y ésa era la piedra con la que tropezó el profesor Gómez Bastida cuando llegó: padres de familia que ingresaban a la escuela sin pedir cita ni esperar autorización, a reclamar a los maestros y al director en turno por cosas que no les parecían respecto del comportamiento de sus hijos. Si los niños se portaban mal en casa o no hacían los deberes, entonces la culpa era de la escuela y había que reclamar. En la República Española, una escuela construida en un terreno de hortalizas y árboles frutales donado a principios de los años sesenta del siglo pasado por integrantes del refugio español, no había forma de contener a los padres iracundos.
El profesor Alfredo resolvió, con la firmeza que sólo la paciencia y la experiencia pueden dar, organizar las cosas. Puso como norma inquebrantable que los padres entregaran  a las criaturas a las puertas del colegio sin traspasar el portón. Protestas y gritos. Estableció como regla de oro que si los padres querían hablar con los maestros de sus hijos, debían hacer cita previamente. Protestas y gritos. Sin tiempo que perder, determinó construir los cimientos de la armonía perdida entre el propio personal docente, con quien convino que dejaran los chismes de pasillo y se pusieran a trabajar. Protestas y gritos. Impuso, finalmente, con la determinación de quien quiere evitar el naufragio, la idea del trabajo colaborativo entre maestros, padres de familia y directivos. Una idea simple y a la vista de todos, pero que nadie, en medio de tanta violencia, podía distinguir. Las protestas y los gritos comenzaron a disminuir.
Esta escuela comenzó a repuntar cuando las cosas tomaron su cauce. La figura que emplea el director es la de “una cadenita” con la que arrancó para entrelazar a padres de familia, maestros, alumnos y comunidad. “Así se logra el respeto, de manera activa; no detrás de un escritorio, sentado todo el tiempo. El director debe estar en todas partes, en todos los rincones de la escuela y en todos los momentos que los padres de familia, compañeros y alumnos nos requieran”, dice el profesor Gómez Bastida.
Hay en la escuela tres mujeres que caminan de arriba para abajo. Platican con el director, salen de la oficina, van a un salón, conversan con otros maestros, regresan con las manos cargadas de material escolar, ayudan a que la escuela esté limpia —y no lo está tanto pues al final del recreo quedan regadas decenas de papelitos, envolturas y servilletas de sándwich que los niños dejaron—, preparan actividades de lectura con los alumnos, vuelven a caminar de arriba para abajo. Son integrantes de la Asociación de Padres de Familia de la escuela.
La señora Verónica Galicia Hidalgo, presidenta de esa asociación, cuenta que ahora las cosas son muy diferentes. El mejoramiento de la calidad de la escuela no pasó por las nuevas tecnologías sino por algo más sencillo: que los padres se involucraran en la enseñanza de sus hijos. Y que los mismos padres respetaran la escuela.
Dice el director de la República Española: “Uno de los éxitos que hemos tenido hasta ahora en nuestra escuela es el trabajo en equipo. Hemos logrado trabajar en forma colaborativa y esto nos ha  fortalecido para que los acuerdos que tomamos los llevemos a cabo siempre [y subraya siempre] en beneficio de los niños”.
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Alineadas a un costado del salón de clases, seis alcancías con diferentes formas (cochinitos o gallos) aguardan el ritual: cada uno de los alumnos de la escuela se acerca para depositar una moneda que su maestro les da. Al día siguiente hacen lo mismo y un día después también. Los animalitos de cerámica se quedan quietos, nadie se les acerca, nadie les toca. Ahí permanecen durante la noche. Amanecen las seis alcancías cargadas de una enorme riqueza, aunque tengan sólo una moneda. Comienza entonces un nuevo día en esta comunidad que hace apenas 17 años estaba alejada de la mano de Dios.
“Dice el maestro que no es bueno que nos gastemos todo el dinero, que aprendamos a guardar, que lo usemos cuando realmente tengamos una necesidad, porque ¿qué tal si llega un día en donde no haya dinero?”, explica Elizabeth Pérez Ramírez, una alumna de sexto grado que, como todos aquí, es tzeltal.
Es la escuela primaria multigrado Mariano Escobedo, a cargo de profesor Bartolomé Vázquez López y una de las pocas que en Chiapas confirman que aun en condiciones de marginación la superación de la comunidad y de su escuela no obedece a un milagro, sino a la lógica llana del trabajo y el esfuerzo de quienes la habitan.
Bartolomé no es tzeltal sino tzotzil. Habla, por tanto, tres lenguas: la original, el español y el tzeltal. Hasta un poco de chol. Tiene 15 años trabajando en esta comunidad que pertenece al municipio de Venustiano Carranza. Es, al mismo tiempo, maestro, gestor y director de la escuela. Da clases a los alumnos de los seis grados, organiza papeles, compra los alimentos, acude a las citas en Teopisca o en Tuxtla Gutiérrez, busca apoyos, habla con los padres de familia. Pero, sobre todo, es respetado por la comunidad y es referente obligado para quien se detiene, si acaso, en estas tierras evangélicas.
Hace poco más de 17 años que esta comunidad se fundó. El 24 de noviembre de 1996 un conflicto violento entre católicos tradicionalistas y evangélicos de Aguacatenango, a unos cuantos kilómetros de distancia, arrojó un saldo de un muerto y varias personas heridas. La convivencia entre habitantes con diferentes credos religiosos era imposible. Unos meses antes, dos familias evangélicas de Aguacatenango decidieron fundar la nueva comunidad de Monte de los Olivos, con el visto bueno del entonces gobernador Julio César Ruiz Ferro, mucho más dispuesto a resolver de ese modo terrenal un conflicto que tenía alcances bíblicos.
La escuela de la localidad inició sus labores en 1997. Bartolomé explica que comenzó a dar clases en barracas apenas techadas y con sillas improvisadas con bloques de construcción y tablones atravesados. La escuela de hoy es el resultado del trabajo de la comunidad y su maestro Bartolomé. Es una escuela que se beneficia de los programas Escuela de Tiempo Completo y Escuelas de Calidad —cuya inscripción fue gestionada por el propio maestro Bartolomé—, que cuenta ahora con cancha de cemento para honores a la bandera y basquetbol o futbol; televisor, refrigerador, horno de microondas, fotocopiadora, máquina de escribir, instrumentos musicales (un teclado, panderos, maracas y guitarras), una bocina, y lo mejor, lo que es la joya de esta corona: 10 computadoras que usan de día y de noche los 48 alumnos de la primaria.
Son niños tzeltales que miran de frente, que no esconden la cara, que se arremolinan en torno a la cámara y piden ver lo que se está grabando, que echan porras a los visitantes, que confiesan la felicidad que les da ganar premios y que sus papás les dejen terminar la primaria. Ésta no es la normalidad chiapaneca.
El maestro Bartolomé egresó hace 24 años de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) y obtuvo de inmediato una plaza como promotor bicultural, las más modestas de todas. Las escuelas multigrado son poco apreciadas en el gremio, a pesar de lo muy difundidas que están a nivel nacional, porque suponen más trabajo y poca paga.
Padre de tres hijos —la mayor estudió Derecho en un escuela particular—, este profesor de mirada segura y trato afable gana cerca de 15 mil pesos mensuales, lo que en estos lugares es un ingreso más que decente. Un dinero que, por lo demás, lo desquita centavo a centavo.
En 2005 obtuvo una beca CASS, financiada por el gobierno de Estados Unidos, para estudios de Perfeccionamiento Docente en la Universidad Estatal de Arizona. Compartió experiencias y durante ese año fue asistente de maestros titulares de escuelas bilingües de Phoenix. “Iba con el afán de comparar más que de buscar la respuesta o las recetas. Iba convencido de que no existe una receta para administrar una escuela multigrado y cumplir con todas las funciones administrativas, pero me hacía falta verificar, confirmar cómo es el país que se pinta de primera potencia en todo. Muchos de los maestros allá saben que si no rinden, en el mes de mayo están recibiendo la carta de despedida. Y si funcionan, en el mes de mayo los están felicitando porque en el próximo periodo están contratados”, dice.
Hace tres años visité por primera vez a Bartolomé. No había reforma educativa —¡qué esperanza!—, ni consultas nacionales sobre modelos educativos. Hoy me confirma que la escuela continúa su progreso. Y la comunidad cree en Bartolomé como figura principal. Para hacer algo que tenga que ver con el destino de la comunidad, llaman al maestro. Cualquier decisión de envergadura le es consultada. “Es complicado en muchas ocasiones —dice—, pero por otra parte es muy divertido. Se compromete uno, ¿a quién no le va a gustar ver cómo progresa su comunidad?”.
Eder Giovanni Téllez Álvarez tiene 14 años y cursa el tercer año en la telesecundaria Tetsijtsilin en San Miguel Tzinacapan, Puebla. Quiere trabajar para ayudar a su gente pero, sobre todo, quiere manejar o construir autos o, mejor, ser piloto de aviones de guerra. Todo eso le encanta. Es ésa la motivación que tiene para seguir estudiando. Quiere ser alguien en la vida o eso es lo que siempre le dicen.
Su madre, María Antonia Téllez, pertenece a una comunidad indígena náhuatl. Se reían de ella cuando no podía pronunciar una palabra correctamente en español. En Cuetzalan estudió el bachillerato pero justamente ahí fue donde sufrió la discriminación por ser indígena y donde, en sus palabras, sufrió bastante: “Compañeros de la escuela que decían que porque yo era indígena no tenía derecho a la educación de allá [la de Cuetzalan]”. Quiere que su hijo realice sus sueños: arreglar carros, tener un auto deportivo. “A veces pienso que soñando se puede llegar… llegar a donde él quiere. Y soy muy exigente con él. Mi mayor orgullo es cuando fue escogido como el mejor alumno en ENLACE a nivel estatal”. Eder fue premiado con una laptop. 
Los testimonios de Eder y María Antonia fueron presentados en Clase 2012, Cumbre de Líderes en Acción por la Educación. La telesecundaria Tetsijtsilin, además de obtener buenos resultados académicos, ha logrado reivindicar el valor de la educación intercultural y la vinculación con la comunidad.
“Yo creo que una buena educación o una educación de calidad tiene como premisa fundamental la pertinencia, un elemento fundamental en contextos como éste, en donde la mayoría de población beneficiaria de la educación es indígena y mayoritariamente los docentes somos mestizos o no indígenas. Si no tomamos en cuenta este factor, entonces la educación termina siendo un acto de imposición de los saberes desde nuestra óptica occidental. El acto educativo tiene que ser un acto de intercambio de saberes. De saberes formales a través de la curricula educativa, pero de saberes locales, de la comunidad… Somos escuela de primera clase que aspiramos a lo mismo que aspiran las escuelas en la ciudad. Nos hace falta una verdadera política educativa intercultural. Que en este país no sigamos siendo la minoría que recibe el programa compensatorio; que seamos esta minoría, sí, pero no en desventaja”, dice María del Coral Morales Espinosa, directora de la telesecundaria Tetsijtsilin.
En esta localidad poblana los jóvenes aprenden algo que está relacionado con su medio. “La visión que se puede tener, por ejemplo, a través de las mariposas… Cuetzalan es un lugar muy turístico, entonces, si aprendemos bien las artesanías con los niños, tenemos vida por delante”, dice Miguel Álvarez Soto, ex alumno de la telesecundaria.
La Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior de México (ESANS) es, para decirlo en pocas palabras, la mejor escuela pública de ese nivel en el Distrito Federal y una de las 30 más destacadas a nivel nacional de acuerdo con los estándares establecidos por la prueba ENLACE. Tiene 556 alumnos en el turno vespertino y 552 en el matutino; es la escuela con mayor demanda en el DF; enseña dos lenguas extranjeras (francés e inglés, en horas de clase que suman seis a la semana); todos los laboratorios están equipados con computadoras y pizarrones digitales conectados a internet; la Asociación de Padres de Familia trabaja bien con 30 vocales (uno por grupo) y atiende a tiempo necesidades puntuales de sus hijos; desde 1990 las clases de computación son obligatorias; 99% de sus alumnos egresan en el tiempo reglamentario de tres años, ni un día más; tiene bajos índices de reprobación; no registra deserciones y atiende poquísimas solicitudes de cambio de plantel, y desde hace varias décadas han organizado tan bien su actividad académica y de aprovechamiento del tiempo —mediante la elaboración de horarios académicos y de talleres que requieren la paciencia de un orfebre—, que los alumnos de la mañana siguen trabajando académicamente por las tardes y los de la tarde pasan sus mañanas en la escuela: son los llamados contraturnos, durante los cuales desarrollan actividades cocurriculares como talleres de primeros auxilios, astronomía, guitarra, mandolinas y alientos, museografía, periodismo (donde publican su revista mensual El Águila) o fotografía digital. Total, que casi ahí viven. Lo que es seguro, es que pasan mucho más tiempo en la escuela que en sus casas. Y nada que reclamar. Una alumna lo dijo sin asomo de duda: “En mi casa hay problemas y en la calle más. Para mí es mejor quedarme en la escuela, en talleres o clubes, con mis amigos y compañeros, que en casa. Es mucho más lo que obtengo por quedarme en la tarde y no me importa que amigos de mi calle se burlen de mí por ser una ñoña”.
Voy de asombro en asombro. El discurso de los maestros de la Anexa bien podría ser el de maestros de países avanzados con los que nos comparamos (PISA dixit) pero quedamos muy lejos (“queremos que sean los niños los que tomen en sus manos el proceso educativo”; “los maestros somos más facilitadores y acompañantes que profesores con desplantes autoritarios frente al grupo”; “nosotros no castigamos el error, sino que estimulamos al alumno a que, una vez cometida la falla, aprenda de ésta y vuelva a hacer sus ejercicios”, dirán en una sucesión de entrevistas).
 ¿Qué modelo educativo quiere la SEP que se discuta? El de la Anexa podría ser imitado sin demasiado esfuerzo: rebasan por mucho el número efectivo de horas que emplean las escuelas de tiempo completo en el resto del país (al final del sexenio se quiere alcanzar un número de 40 mil en el plano nacional); la escuela no pide cuotas extraordinarias (es la Asociación de Padres la que solicita la colaboración económica pero entrega semestralmente un reporte pormenorizado de lo que se hizo con el dinero, que se utiliza para actividades extracurriculares o para la compra de un microbús o el equipamiento del laboratorio computarizado de física, y muy pocas veces para adquirir más cloro para los baños o pintura para arreglar un pizarrón —hace mucho que los pizarrones verdes de gis se descolgaron de las paredes para dar lugar a los pizarrones blancos e interactivos que trabajan con internet y marcadores de agua); los alumnos forman parte de quienes obtienen los mejores resultados académicos en todo el país; los maestros hacen con gusto su trabajo (el 50% de ellos lo son de tiempo completo y la mayoría son egresados con altas calificaciones de la Escuela Normal Superior), y la mayor parte de los egresados se colocan fácilmente en los primeros lugares de los exámenes de admisión para las preparatorias 6 o 9 de la UNAM o de escuelas particulares, incluyendo la preparatoria del TEC y el Liceo Franco Mexicano que ofrecen becas a alumnos de excelencia de la Anexa. ¿Entonces? Es verdad que esta secundaria, que depende de los servicios educativos de la SEP en el DF, cuenta con la particularidad de estar vinculada a la Normal Superior —lo que no ocurre con ninguna otra—, y que su directora rinde cuentas al director de la Normal, pero aun así sus logros académicos son producto más de la organización, el uso eficaz del tiempo, la participación y apoyo económico de los padres de familia y el espíritu de experimentación pedagógica con la que nació en 1955, que de recursos adicionales —“no tenemos recursos extras, a veces ni se acuerdan de nosotros”, dice la subdirectora del turno matutino Gabriela de la Hoz Arévalo.
Hay en la secundaria Anexa, como en casi todas las escuelas de ese nivel educativo en el país, problemas de violencia y acoso escolar. La maestra Verónica Rodríguez Colín, directora del plantel —35 años de servicio y 32 de ellos laborando en la Anexa—, informa que se ha puesto a un asesor (tutor) por grupo que funciona como orientador y cuya misión es integrar al grupo y evitar el bullying. Cada año levantan una encuesta para que los niños puedan detectar tanto a quienes sufren de acoso como a quien agrede. “Hay que ser muy persistentes y en esto cuenta mucho el trabajo en equipo”, dice la maestra Rodríguez Colín, orgullosa de que en su escuela casi no haya agresiones, riñas o drogas.
Ese muchacho que toca la batería, Camilo, era una lata, me dice la maestra De la Hoz Arévalo. A todos golpeaba y con todos se peleaba. Hijo de burócratas, agredía y hacíabullying a los niños de primero de secundaria. Desde que está en el ensamble de alientos ha podido canalizar su energía. El auditorio Rafael Ramírez, de 600 butacas, lo tuvimos sólo para nosotros. Una actividad masiva de escuelas de la zona fue suspendida la misma mañana de nuestra visita y el ensamble de alientos, el coro y el grupo de cuerdas ofrecieron una muestra de su coordinación y desempeño musical. Los instrumentos los pone la escuela y algunos son adquiridos por los alumnos. En total, más de cien alumnos de la escuela participan en las actividades de canto y música. “A Camilo le cuesta trabajo la batería, pero le fascina. Esperamos que en tercero ya no tenga la actitud agresiva”, confía la subdirectora.
Pero son los padres de familia los que dan una singularidad a este modelo educativo. “Mucha gente piensa que somos los consentidos de la SEP, pero a veces ni nos hacen caso. Tenemos mucha participación de padres de familia”, dice la directora. Por cada peso que los padres consiguen para la escuela, con un tope máximo de 50 mil, la institución pone otro tanto. El activismo de los padres —que integran también el Consejo de Participación Social— ha hecho posible una parte sustancial del equipamiento de aulas y laboratorios. La ESANS tiene conectividad permanente a internet y un aula de medios. El laboratorio de matemáticas funciona con calculadoras individuales conectadas a la computadora de la maestra, que es capaz de observar los ejercicios de cada uno de sus alumnos en el momento en que lo están haciendo.
La maestra Rodríguez Colín lo dice sin rubor: La experiencia de la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior se puede replicar sin problemas en el país. “Por supuesto. El modelo educativo de la Anexa se puede imitar. Con disposición se puede repetir, a lo mejor fortaleciendo los recursos humanos. Estoy convencida de ello. Profesores en ambos turnos para que puedan cubrir todos los grupos en horario matutino y vespertino. Es muy fácil la aplicación del modelo”, sonríe e invita: la mesa de la dirección ha sido puesta para comer.
Rubén Álvarez Mendiola
Periodista. Director de Educación Futura, primer portal periodístico en educación de México.
En:http://www.nexos.com.mx/?p=20782

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