LA DOCTORA DEL EBOLA

La doctora Aileen Marty no me quiso saludar de mano. Me sonrió, me dijo que era un gusto conocerme pero hasta ahí.

Estiré mi mano y ella no estiró la suya. Luego vino su explicación: acababa de llegar de Africa y aprendió a saludar sin darse la mano. Eso salva vidas, me dijo.
La doctora, amablemente, se me acercó y juntó su codo derecho con el mío. Después, lo empujó suavemente, como en un juego. “Así se saludan en Nigeria”, me dijo. Y luego me enseñó otro saludo. Cerró su mano derecha en un puño y me pidió que hiciera lo mismo. Acto seguido, acercó su puño al mío pero sin tocarlo. “Es el saludo bluetooth”, refiriéndose a la tecnología que permite conectar aparatos electrónicos sin un cable. Apenas llevábamos 30 segundos de plática y ya había aprendido dos maneras para salvar la vida en Africa.
13_10_14_2Aileen Marty es una doctora de película. Nació en Cuba, es especialista en enfermedades infecciosas, da clases en la Universidad Internacional de la Florida (FIU) en Miami y la Organización Mundial de la Salud la manda a los lugares más peligrosos del planeta para tratar de controlar epidemias. Fue así que pasó 31 días en Nigeria. “Yo iba a Sierra Leona pero me cambiaron el viaje a Nigeria cuando se dieron cuenta que el brote de ébola se había iniciado allá”, me contó.
¿Cómo se inició la epidemia de ébola? “Nadie sabe por qué o cómo llegó el ébola a esa parte de Africa”, me explicó. Luego especuló sobre una teoría, imposible de comprobar, de murciélagos contaminados con ébola. Los nigerianos comen murciélagos –“ellos cree que la carne de murciélago es riquísima”, me dijo- y posiblemente se comieron uno que no estaba bien cocido. Eso no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que miles de africanos en Sierra Leona, Liberia y Guinea están infectados, muchos han muerto y que el resto del mundo está aterrado de que le pase lo mismo.
En Nigeria la doctora Marty estuvo encargada de establecer un sistema en aeropuertos y fronteras para impedir que alguien contaminado con el virus del ébola entrara o saliera del país. Y lo lograron. “En Nigeria lo logramos extinguir”, me dijo con una enorme sonrisa.
Los problemas comenzaron a su regreso a Estados Unidos. Viajo de Lagos, Nigeria, a Frankfurt en Alemania y nadie la revisó al aterrizar. Hizo una conexión y voló de Frankfurt a Miami. Y ahí tampoco nadie la revisó. Ni siquiera le hicieron una pregunta.
“A mí no me revisaron”, me dijo entre molesta y sorprendida. “Nadie. Yo puse –en la tarjeta de llegada- que estuve en Nigeria y a nadie le importó. Salí como si nada. Eso me preocupó.”
Eso explica perfectamente cómo se dio el primer caso de ébola en Estados Unidos. El liberiano Thomas Duncan llegó a Dallas, contaminado por el virus, y nadie lo detuvo, lo examinó o le hizo alguna pregunta. Nadie. Entró como Thomas por su casa y poco después se murió.
Estados Unidos reaccionó tarde y mal pero reaccionó. Aquí no quieren prohibir los vuelos que vienen de las naciones con más infectados. Solo tomarán la temperatura a pasajeros. Pero al menos hay plena conciencia del peligro del ébola y el presidente Obama lo ha catalogado como una prioridad de seguridad nacional. No es el caso en latinoamérica.
En América Latina “no están preparados” para enfrentar casos de ébola, me dijo la doctora. “La preparación es cosa de muchos niveles. Nivel número uno, es darse cuenta que una persona tiene ébola. Número dos, hay que tener los remedios para curar a la persona, proteger a los médicos y enfermeras que tratan a esas personas, y preparar el cuarto que vas a utilizar”. Y luego vino un juicio estremecedor: “Las últimas veces que yo he estado en América Latina no he visto que estén preparados”.
En otras palabras, tuvimos suerte. Si el liberiano infectado Thomas Duncan hubiera aterrizado en México, en Centroamérica o en el Caribe –en lugar de Dallas- podríamos estar frente a una epidemia letal de enormes proporciones. Pero el riesgo sigue presente.
La doctora Marty aprendió a no confiar en la suerte. “Antes de entrar a mi casa llevé toda mi ropa a la lavandería y la lavé con cloro”, me contó. Todos los días se toma la temperatura al menos dos veces –la calentura es la primera señal de posible contagio por un virus- y evita saludar a la gente de mano. “Eso reduce todo tipo de enfermedades infecciosas.” Su objetivo es hacer “cool” el saludarse con los codos. De eso nadie se ha muerto.
Posdata mexicana. La respuesta del presidente Peña Nieto a dos masacres (Tlatlaya e Iguala) ha sido “insuficiente” -dice Human Rights Watch-, tibia y sin tomar responsabilidad. Llamó a una conferencia de prensa pero no permitió que los reporteros le hicieran una sola pregunta. Desde que tomó el poder, ha evitado siempre ese tipo de intercambios con la prensa. El silencio oficial ante el crimen y la impunidad, más que estrategia de comunicación, es miedo, error y falta de visión y liderazgo. Los muertos ya no se pueden esconder. Cuando tu ejército asesina civiles y la policía entrega estudiantes a narcos para matarlos, es que el teatrito se cayó. Huele a podrido, huele al viejo PRI.
Por Jorge Ramos Avalos.
(Octubre 13, 2014)

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