¿Hay alguien ahí?
Salvador Camarena
10.11.2014
Lo que ocurrió el sábado en el Zócalo es una metáfora puntual de nuestra crisis. Miles de personas marchan y exigen, en completa calma y plenos derechos, justicia. Pero el protagonismo es de un puñado de violentos que arremete contra Palacio Nacional, desprotegido negligentemente. Borrachos de su éxito, al verse capaces de atacar la histórica sede, pues nada ni nadie los detiene, siguen así durante largos minutos. Un centenar de trogloditas corean la ocurrencia de los violentos: “Si quieres hacer algo útil tírate como Juan Escutia”, grita la masa a un soldado que mira atónito desde la azotea los caballazos a la puerta Mariana. Ante las bombas molotov, tímidas voces dicen “No a la violencia”. La autoridad, local y federal, es un lujo ausente. Los pacíficos huyen del lugar. Y sólo en una ventana de Palacio se aprecian sombras que manotean, como dando órdenes: echen agua, espuma, resistan… instrucciones que no pudieron impedir ni mitigar la barbarie que terminará por reventar el simbólico portón. Cuando el daño está hecho, llegan algunos granaderos y en cosa de minutos retoman el control.
Incapaz de hacer estrictamente lo debido, la Policía iniciará una venganza en las calles aledañas: buscan quién pague la puerta rota, qué más da si estuvo o no en el ataque.
Incapaz de hacer estrictamente lo debido, la Policía iniciará una venganza en las calles aledañas: buscan quién pague la puerta rota, qué más da si estuvo o no en el ataque.
¿Hay alguien ahí?
La suerte quiso que esa noche me equivocara de ruta. La concentración fue citada en la PGR a las 8:00 de la noche pero, confundidos, llegamos directo al Zócalo. Con la experiencia de otras marchas, pensé que no podríamos acercarnos en el taxi hasta la plancha. El taxista bajó sin problemas por 5 de Mayo hasta la Catedral. A las 7:32 p.m. nada hacía temer una noche difícil. Ningún operativo de seguridad a la vista. Nada. La calle Madero era un hervidero de chilangos gozando su sábado. Música y comedera por doquier. Compramos un helado y enmendamos el camino. Una hora después, y un poco más allá de Insurgentes, nos topamos al fin con la marcha, era grande, ruidosa. Niños, ancianos, clasemedieros, universitarios… Pero no estaban solos. Algunos anarcos fueron reventando globos con pintura en muros y grafitearon paredes, ventanas y puestos de periódicos. Ahí estaban, a la vista de cualquiera que quisiera verlos. Los gobiernos federal y capitalino tuvieron más de una hora para preparar otro escenario, uno que incluyera aislar el Palacio. Nada hicieron.
¿Hay alguien ahí?
Desde el primer momento todo fue a mal. Las marchas no suelen emplazarse frente al Palacio. Esta llegó y se fue directo hacia allá. Pepe Merino y yo nos miramos desconcertados. Luego la vanguardia de la marcha se dirigió al asta. Ahí se leyeron los nombres de los 43 muchachos de Ayotzinapa y se conminó a no caer en provocaciones justo cuando un puñado de violentos comenzaron el asalto a Palacio. Ni la prensa estaba preparada.
¿Hay alguien ahí?
Y durante una hora en la atmósfera del Zócalo se materializó esa sensación que lleva semanas en el ambiente, esa de que todo puede pasar, esa de que estamos como en 1994, esa de que matan a un general encargado de la seguridad en Tamaulipas y nosotros como si nada, esa de que recula el gobierno en un mega proyecto y nadie sabe bien a bien por qué, esa de que el presidente Enrique Peña Nieto no comprendió que no se podía ir a China, y que menos se podía ir sin haber dado un mensaje solemne a la Nación sobre los desaparecidos, palabras donde explicara que ya entendió lo que no ha entendido desde el 26 de septiembre.
¿Hay alguien ahí?
Twitter: @SalCamarena
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