EL DIFÍCIL DON DE AMAR CIUDADES
ALBERTO RUY SÁNCHEZ
| DOMINGO, 6 DE JULIO DE 2014 | 00:10
ALBERTO RUY SANCHEZ. El autor es poeta, narrador y ensayista. Su libro más reciente es la novelaElogio del insomnio, publicada por Alfaguara (FOTO: NINA SUBIN )
Pocas ciudades ofrecen como Quito, una impresión de la manera en la cual las urbes coloniales tomaron un aspecto y un carácter a partir del establecimiento de las órdenes religiosas en ellas. Conventos e Iglesias, fueron, en el lenguaje urbano que tomaba forma, las letras capitales, los verbos y los sustantivos. En la composición de la ciudad fueron tan importantes como las plazas públicas o "plazas de armas", la catedral, el palacio de gobierno, el cuartel, el mercado. En nuestra vida laica solemos olvidarlo. Las ciudades tenían una traza eminentemente religiosa donde el poder y la acción de las órdenes era fundamental para el establecimiento del nuevo mundo. En la actual Ciudad de México, por ejemplo, el espacio que ocupaba el convento de San Francisco en la capital novohispana ha sido casi borrado pero era una enorme proporción de la urbe. Quedó la Iglesia en la actual calle de Madero y un atrio que colinda con la Torre Latinoamericana. Una arquería perdida por allá, y sin duda muchas piedras en todas las construcciones aledañas. Desde la desamortización de los bienes de la Iglesia a mediados del siglo XIX los conventos fueron divididos o derribados, vendidos o repartidos. Quedo poco en comparación con lo que fueron.
Pocas ciudades ofrecen como Quito, una impresión de la manera en la cual las urbes coloniales tomaron un aspecto y un carácter a partir del establecimiento de las órdenes religiosas en ellas. Conventos e Iglesias, fueron, en el lenguaje urbano que tomaba forma, las letras capitales, los verbos y los sustantivos. En la composición de la ciudad fueron tan importantes como las plazas públicas o "plazas de armas", la catedral, el palacio de gobierno, el cuartel, el mercado. En nuestra vida laica solemos olvidarlo. Las ciudades tenían una traza eminentemente religiosa donde el poder y la acción de las órdenes era fundamental para el establecimiento del nuevo mundo. En la actual Ciudad de México, por ejemplo, el espacio que ocupaba el convento de San Francisco en la capital novohispana ha sido casi borrado pero era una enorme proporción de la urbe. Quedó la Iglesia en la actual calle de Madero y un atrio que colinda con la Torre Latinoamericana. Una arquería perdida por allá, y sin duda muchas piedras en todas las construcciones aledañas. Desde la desamortización de los bienes de la Iglesia a mediados del siglo XIX los conventos fueron divididos o derribados, vendidos o repartidos. Quedo poco en comparación con lo que fueron.
Algunas excepciones se deben a circunstancias especiales. El fabuloso convento de Santo Domingo, en la capital de Oaxaca, se salvó de ser dividido en cientos de pequeños lotes porque había sido convertido en cuartel. Y ya en manos del ejército conservó su tamaño. El actual jardín botánico a espaldas del convento, una maravilla exuberante y bellísima en manos del sabio etnobotánico Alejandro Ávila, hace treinta años era un patio llano de maniobras militares. Y se salvó de ser convertido en hotel y en centro comercial a la americana, en mall, porque muchos ciudadanos, con el liderazgo fundamental de Francisco Toledo entre otros, se enfrentaron a las ambiciones aberrantes de políticos y empresarios del momento que ya hubieran destrozado ese rincón único del mundo. Oaxaca es uno de nuestros tesoros más preciados del mundo gracias a personas específicas como Toledo, como Isabel Grañén y Alfredo Harp y algunos otros visionarios y valientes que se enfrentan a los pequeños grandes ambiciosos de cada día y a su obra de destrucción cotidiana. Ellos y muchos otros se enfrentan cada día todas las ciudades del México a las mismas ambiciones aberrantes, encarnadas en muchas personas que en el siglo XX sobre todo, introdujeron y comerciaron en la capital del país con una modernidad tan pasajera y banal que ahora es más ruina que las ruinas antiguas. Si la Ciudad de México hubiera tenido por lo menos desde la segunda mitad del diecinueve protectores civiles y gobernantes más sensibles a la importancia de la dimensión estética de las ciudades, como los tuvo París entonces, nuestra ciudad sería una de las maravillas del mundo. Una joya con paredes de tezontle apreciada por personas que hubieran sabido cómo conservar la belleza de la ciudad sin permitir que la vitalidad urbana pereciera.
La ciudad de Puebla, que era más pequeña, tiene ahora el centro histórico con más edificios valiosos y mejor conservado del país. Porque nadie en la Ciudad de México tuvo la visión de conservar el conjunto como algo valioso y no sólo los edificios aislados. El mismo pensamiento que se sigue practicando en la construcción actualmente dentro de la Ciudad de México. El horror urbano que es Santa Fe se desea replicar por todas partes, comenzando por el pobrePaseo de la Reforma que merece más dignidad sin duda. No se piensa ni siquiera en los alrededores de cada edificio nuevo, ya no digamos en la estética del entorno. Triste realidad depredadora que nos habita.
Nunca está de más recordar que la idea de conservar en una ciudad no sólo cada edificio antiguo valioso sino su entorno fue una idea de vanguardia introducida en el mundo por Federico Sescosse, ese gran salvador de la belleza de Zacatecas. Él hizo que se estableciera en la legislación preservadora de su ciudad desde mediados de los años sesenta. Y sólo diez años después, en Bruselas, se aprobó una ley similar, basada en el mismo principio de preservar, apreciar, cuidar y atesorar el entorno. Un principio que por diferentes circunstancias, algunas de pobreza, otras de preservación de los conventos y edificios de las órdenes religiosas, y otras fundamentales de la presencia de personas que pensaron de manera sensible y visionaria, se siguió en Quito. Tiene sin duda el centro histórico menos alterado, más vivo y mejor conservado de América. Y gracias a ello fue desde 1978 la primera ciudad incluida por la Unesco en su lista de Patrimonio de la Humanidad. Quito es admirable por su belleza pero es también ejemplar y nos da un vislumbre claro de lo que aquí no supimos amar.
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