EL INSECTO Y LA MEMORIA
Veo la foto de un insecto bellísimo. No sé de qué tipo es o a qué especie pertenece, no cambiaría nada: igualmente me parecería bello. Está parado sobre una flor lila que en los tiempos recientes, descubro que es mi color predilecto porque cada vez que lo veo, mis ojos prefieren posarse en ese tono para descansar o quedarse por largos ratos. Pero no es el insecto lo que realmente me produce la sensación que ahora me emociona. Es la posibilidad de tocar ese timbre que me lleva al disfrute, al goce, a la inspiración. Podría decir que es cuando siento que, casi, roso la mano de Dios. Es una sensación de éxtasis que debe acentuarse tanto como la palabra que define ese momento. No es solamente ver al animalito que parece que con una patita se toca su gran ojo o una parte de su cabeza, no. O es que al observarlo detenidamente parezca conmovedor verlo acariciarse o dolerse, adquiriendo notas graciosas o tiernas. O quizá que al mirarlo posarse sobre una flor cuyo color ahora absorbe