SOBERANÍA ALIMENTARIA
Felipe Calderón dio a conocer el lunes en la noche, las medidas que tomará su gobierno para hacer frente a la crisis alimentaria que está impactando al mundo. Sin embargo, algunas organizaciones de productores aseguran que estas medidas afectarán aún más la precaria situación del campo. Califican a la propuesta presidencial de "tardía, insuficiente, ineficaz y contra los productores de alimentos del país", ya que a quien más favorece es a los productores del exterior.
Anunció la eliminación de todos los aranceles de importación al trigo, arroz, maíz blanco y maíz amarillo. Afirmó que no habrá aumento al precio de la tortilla, pero las alzas en los mercados ya se han hecho presentes y en algunos barrios populares el precio del kilo de la tortilla se ha incrementado sin control. Aunque México es el cuarto productor mundial de maíz, importa el 50% de su consumo total. Esta paradoja debe atribuirse al libre comercio.
El mandatario federal dijo que la seguridad alimentaria es un asunto de Estado, y por ello no tolerará especuladores ni acaparadores, y advirtió “vamos a castigar a quienes pretendan lucrar con la necesidad y el hambre de los mexicanos”. En su propuesta, lo que está en duda, es la dirección de los beneficios anunciados.
En el libro “El Comercio del Hambre” de John Madeley (Intemón Oxfam), se reflexiona acerca del precio que pagan los pobres por el comercio libre. Afirma que aunque la comida es la necesidad más elemental de las personas, se subordina a las normas y regulaciones del comercio internacional, ya que el comercio es como un Dios y nada debe interferirle, ni siquiera el hambre de los pobres; el autor afirma sarcásticamente que un país no puede adoptar unas leyes que le permitan alimentar a su población si esas leyes contravienen el llamado comercio “libre”. Así, el comercio tiene prioridad sobre el hambre de la población.
La mayor parte de los países pobres en el mundo, al tener tanta población hambrienta, podrían cultivar alimentos en su tierra, sin embargo, tienen que exportar comestibles a países cuya población ya está bien alimentada. Es evidente que el incremento de los alimentos comercializados no significa más comida para la población con hambre.
Para una persona la inseguridad alimentaria puede significar que no puede comer cada día, que pasa hambre; es algo crónico, continuo, un hecho cotidiano en la vida de millones de personas, que pocas veces es noticia porque no es algo nuevo. La seguridad alimentaria implica que toda la población, en todo momento, goza de acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen las necesidades y preferencias alimentarias adecuadas para llevar una vida activa y sana.
Según la FAO, cerca de 790 millones de personas en el mundo carecen de seguridad alimentaria. Más de 20,000 seres humanos mueren diariamente a causa del hambre. La falta de comida no se debe, en general, a la escasa producción, sino a los bajos ingresos y al desigual acceso a los recursos, como a la tierra, el agua, los créditos y los mercados.
En un pueblo, puede haber personas que pasen hambre aunque el mercado rebose de alimentos. En la mayoría de las zonas rurales casi todos los trabajos giran en torno a la agricultura y aumenta muy lentamente el número de empleos en otros sectores. Esto significa que pocos tienen la suerte de ganar un salario y tener unos ingresos que les permitan comprar la comida que necesitan.
Por ello, es muy difícil que los programas gubernamentales Oportunidades y de Apoyo Alimentario al entregar dinero el primero, y una despensa cada dos meses el segundo, a familias que se seleccionan de una manera muy cuestionable, contribuyan a la seguridad alimentaria.
La soberanía alimentaria consiste en el poder y el derecho democrático que tienen algunos países y comunidades para determinar la producción, la distribución y el consumo de comestibles, en función de sus preferencias y tradiciones culturales. El concepto de soberanía alimentaria resta importancia al comercio.
Pero en lugar de dar prioridad a la resolución de los complejos problemas de inseguridad alimentaria, un gran número de países occidentales e instituciones internacionales, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), sólo tienen un solo objetivo: la liberalización comercial. A inicios del siglo XXI, algunos gobiernos de países en desarrollo y diversas organizaciones no gubernamentales, reconocen cada vez más que el libre comercio no es la solución, sino el problema.
El comercio suscita grandes controversias. Si un país destina más recursos al comercio, dispone de menos recursos para producir su propia comida. Ese ha sido el cuestionamiento al presidente Calderón.
Se necesita equilibrar ahora el comercio con los intereses de la producción de alimentos para nuestro país, y asegurar que el comercio proporcionará a los productores ingresos dignos y contribuirá a la seguridad alimentaria.
La OMC actúa en beneficio de las multinacionales y el mundo empresarial. Gran parte de los gobiernos, representan únicamente los intereses del comercio y las grandes empresas. En la negociación se margina aún más a los pobres y a los hambrientos. Como reza una pancarta de las manifestaciones en las calles de Seattle: “la OMC es una Organización Mala de Comercio”.
Hay que generar políticas agrarias que permitan acceder a la tierra, a la tecnología adecuada, al comercio justo y a la soberanía alimentaria, y reconocer el derecho a producir y consumir nuestra propia comida. El problema es que las directrices de la OMC atropellan ese derecho.
Por eso, mejor yo me voy con la música a otra parte cantando “Con la soga al cuello” de Andrés Calamaro, que dice: Hay veces que hablar es una forma de ocultar, / Una mentira o una verdad. / Ustedes dirán el precio y el lugar y yo voy a comprar, / El cliente tiende a razonar más con la soga al cuello. / Siempre se pude decir No con la soga al cuello. / Con la soga al cuello/ Con la soga al cuello.
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