DESMESURA
Dijo que no. Y el Tiempo se quedó sin tiempo. Luego, la vida hizo una pausa y todo pareció recomponerse como esos acertijos infantiles en los que sólo falta una palabra, una palabra necesaria y rara. Pero dijo que no. Cerró los labios y escuchó el gorgoteo de las sílabas luchando por vivir a la intemperie. Dijo que no. Y el tiempo oyó el silencio. Luego, la vida hizo una pausa. Y todo fue distinto: el dolor fue más cauto, más sensato, la lujuria lloró en su madriguera. Y el tiempo inauguró sus máscaras: hubo un pequeño espanto en los rincones, temblaron los espejos agobiados defendiendo impotentes el azogue. Los pájaros callaron esa tarde y la luna brilló blanca y sin manchas. Ardió la noche como vieja tea con la absurda avaricia de la muerte, con su luto distante y pegajoso, y un rencor resabiado y carcomido descargó como lluvia en el desierto. Entonces, sólo entonces, oyó a su corazón ladrando y se volvió despacio a los espejos y los vio tiritar con mucho frío y pedir compasión